No conocemos todos los detalles, ni las peleas, ni los rezongos que seguramente haya habido en todo este proceso. Pero estas dos historias que encontramos en un pequeño campo alejado unos cuantos kilómetros de Los Toldos, en el que no había corriente eléctrica y al cual se llegaba por un penoso camino mal mantenido, no pueden dejar de presentarse en un mismo capítulo, porque son parte de la misma historia. Una historia de amor entre padres e hijos.
Esta es la historia del chacarero Hugo Zarco y de su hija, orgullosamente agrónoma, Cecilia.
Hugo vivió toda la vida en ese mismo lugar. Alrededor de una tradicional casa de campo, tiene ahora 50 hectáreas que alguna vez fueron más, pero que han debido subdividirse con los hermanos con el paso de los años. En 2015, además, casi todo el predio se inundó. Cuando llega Bichos de Campo nos dice que esta es la segunda vez que recibe a un periodista agropecuario en el lugar. La primera fue Fernando Bertello, colega de La Nación, se acercó al lugar cuando estaba repleto de agua. Fue una de las primeras personas que Hugo vio después de tres meses de forzoso aislamiento.
Mirá la entrevista a Hugo Sarco:
“Mi señora y yo tuvimos tres meses en el campo porque no teníamos forma de salir, ni en tractor”, cuenta ahora Hugo a Bichos de Campo. Pudieron sobrevivir porque los proveían de comida los vecinos que tenían un tractor más grande y eso les permitía sacar diariamente la leche producida en el tambo. Bertello fue a contar justamente aquella historia.
“Yo tengo un tractor chico y de ninguna forma podía pasar pues un puente se había roto y si no era con un tractor de doble tracción no pasabas. Entonces estuvimos tres meses con mi señora acá”. En aquel momento en el campo funcionaba un criadero de cerdos. Hugo había cosechado algo de maíz y tenía el grano almacenado en el silo, así que pudo continuar alimentando a los animales.
-¿Y no pensás en esos casos irte del campo? ¿abandonarlo? ¿Por qué no te fuiste?
-Eso lo decidimos con mi señora. En lo nuestro somos felices. Acá tenemos nuestra vida, nos hemos criado acá. Yo me casé a los 25 años, mi señora tenía 18.
Él y su señora tuvieron dos hijas que en aquellos años de inundación habían dejado la chacra familiar para estudiar. El sueño cumplido del chacarero: una de ellas, Cecilia, se recibió de ingeniera agrónoma.
Ahora lo visita Bichos de Campo, ya no hay inundación, manda la sequía. En el medio entre ambos fenómenos, hace unos años el fuerte viento le malogró dos veces la cosecha de maíz. Es que el campo es así, se pasa de un extremo al otro. Los cerdos que se alimentaban de la soja y el maíz que se sembraba en todo el lugar ya no están, porque la familia los tuvo que ir vendiendo de a poco. Hugo sigue sembrando la mejor parte de su pequeño campo, pero a sus cultivos esta campaña “los quemó el sol”. Solo pudo cosechar la mitad de la soja, y a la otra mitad les echó las vacas encima, para que comieran. La alfalfa anduvo mejor y le permitirá sacar este año un lote de novillos.
¿Las vacas? Sí. Es una de las incorporaciones que en los últimos años le recomendó Cecilia, su hija.
“Si yo hubiese tenido todo agricultura no sé qué hubiera hecho”, reconoce ahora Hugo, que a instancias de su hija incorporó a su planteo hace un tiempo 40 vacas de cría, de las que obtuvo 35 terneros. Cecilia volvió al campo con ideas nuevas, o mejor dicho renovadas. Hugo aplica ahora un esquema de pastoreo rotativo entre parcelas bastante chicas, propio de la llamada ganadería regenerativa. “Con los animales vamos tratando de cumplir, y vamos comiendo”, celebra.
El escenario ha cambiado entonces respecto de otros tiempos en que el campo era 100% agrícola. “Un año no levanté nada, perdí semilla, fertilización, todo. Y a los dos años me pasó el mismo problema. Entonces dijimos con mi hija no vamos a tratar de cambiar”, relata, lamentando la suerte de otros chacareros como él que quedarán muy endeudados debido a la fortísima sequía del último ciclo. “Yo no hubiese podido seguir. Tenía que en realidad salir a alquilar el campo porque no tendría ni para comer, porque encima las deudas de la agricultura… Llega el momento de que se vencen los insumos y tenés que pagarlos”.
-Así que vino tu hija y te empezó a machacar con que hay que diversificar. Pero no tenés 2.000 hectáreas. Debe ser muy difícil diversificar en 50 hectáreas.
-No, no, pero sí. Yo empecé a entender también. Ya veía que no se podía tampoco gastar hoy todo en dólares. Yo salía a sembrar, ponía en marcha el tractor y ya tenés un gasto. Todo en dólares y vos lo tiras al campo y la buena de Dios a ver si lo vas a levantar, como pasó este año.
Cecilia se presenta “hija, nieta y bisnieta de productores agropecuarios que vinieron acá como colonos y después hicieron de su campo”. Tres generaciones anteriores fueron necesarias para que ella pudiera ir a estudiar Agronomía en la UBA. Su hermana también es profesional.
-En algún momento me imagino que ese desarraigo te pesa. Quizás sea más fácil quedarse en otro lado, pero en algún momento te tironea volver.
-Sí, tal cual. Después que egresé empecé a trabajar como comercial de insumos en una agronomía de Los Toldos, hasta que surgió la posibilidad en una multinacional en Tandil. Y bueno, me fui a Tandil. La verdad es una ciudad hermosa para vivir. Pero bueno, había algo que a mí me estaba haciendo ruido, que era por ahí un poco el perfil que yo estaba teniendo como técnica, porque a mí me gustaba todo lo productivo. No sé si me gustaba tanto vender. Entonces decidí volver a las raíces. Y ahí descubrí la educación agraria y junto con ella descubrí todo un mundo.
Uno de los trabajos que a Cecilia Sarco le permitió volver a Los Toldos fue ser docente de una escuela agro técnica local. Allí, según cuenta, comenzó a tomar conciencia de que había un montón de posibilidades productivas, además de los granos. “A veces uno viene como de una zona núcleo, con esa mirada muy sesgada de que es agricultura y agricultura. Y me empecé a encontrar con un mundo de proyectos alternativos que me parecían viables, sobre todo para el pequeño y mediano productor”, describe.
Mirá la entrevista con Cecilia Sarco:
Fue así que Cecilia comenzó poco a poco a imponer algunas de sus ideas en la chacra familiar. Lo de incorporar ganadería con PRV es solo uno de los capítulos, porque también cosechan y venden huevos de gallinas que pastorean, producen verduras agroecológicas en una pequeña huerta y hasta han probado con frutas finas. El nombre que engloba todo el proyecto, del que también participan algunos de sus alumnos, es “La Elidia”. No hay ninguna razón en especial. Lo importante es que Cecilia quieren “volver a las raíces y volver a lo que se hacía en la época de mis abuelos”.
-¿Y qué proyecto es? ¿En qué consiste?
-Volver a la fuente, volver a la raíz, diría yo. Porque un poco empezamos a mirar el suelo que estaba pasando con el suelo después de tantos años de agricultura. También qué estaba pasando con nuestra economía, sobre todo cuando somos pequeños productores de 50 hectáreas. ¿Y cómo hacer para que esas 50 hectáreas sigan siendo rentables y no tener que buscar alternativas como alquilar o vender. Entonces empezamos en el por el camino de la regeneración del suelo y volver a proyectos que hubo en la época de mis abuelos y que potenciaban la diversificación productiva.
-¿La famosa chacra mixta?
-Exactamente. Con la idea de poder fortalecer además el desarrollo local. En la época de mis abuelos era mucho autoconsumo. Yo siempre digo que en mi infancia nunca faltó nada. Pero nunca lo compramos. Siempre había dulce de leche, siempre había frutas, siempre habría mermelada, siempre había quesos, manteca, pero siempre se hizo. Es el famoso auto consumo.
Cecilia habla con muchos de los términos nuevos que acuñan los jóvenes que están buscándole la vuelta para volver a un campo más vivible. Sabe que tienen una a favor, que es que sus productos gozan de buena demanda. “Tenemos un consumidor que está siendo cada vez más consciente de lo que consume, de cómo se produce lo que consume. Lo vemos mucho con la producción de huevos, por ejemplo. Entonces, nuestra idea es poder priorizar el bienestar social, la sustentabilidad ambiental pero también la rentabilidad del establecimiento”.
-La rentabilidad del establecimiento tiene que ver también con el bienestar de los tuyos, de tus queridos, de tu familia…
-Sí, sí, sí, sí. Quizás en esos primeros momentos, cuando la agricultura era más fuerte, los precios eran mejores y había determinadas políticas que por ahí hacía que el número sea un poco más rentable. Quizás después, en esa rutina, en esa vorágine de decir siempre hacemos agricultura, no nos dábamos cuenta de que por ahí era más lo que se perdía que lo que se ganaba. En los años buenos no lo notábamos, pero en los años malos empezaban las deudas. En los años de inundaciones es donde más se siente. Con 50 hectáreas, si tenés el 90% de tu establecimiento como agrícola, donde te falla algo no tenés otro recurso de donde manotear para seguir viviendo.
Cecilia va enumerando los diferentes pasos para reconvertir el predio. Primero la ganadería en parcelas para regenerar los suelos, que les permite llegar a hacer el ciclo completo. Luego las gallinas felices, sin luces ni jaulas, que van rotando también por las parcelas, comiendo de la pastura y con apenas algún complejo vitamínico como suplemento.
-Hasta ahora viene bien… venimos siguiendo los manuales de la reconversión. ¿Pero y estas frambuesas?
-La verdad es que la historia de la frambuesa viene porque cuando yo estudiaba en la facultad la familia de una amiga mía de Los Toldos tenía una plantación de frambuesa, lo cual a mí me llamó muchísimo la atención. Esto fue en el año 2000 o 2001. En principio pensé que por ahí no iba a haber producción acá, pero ellos elaboraban mermeladas, vendían frambuesa congelada. Desde ahí que me dije que yo en algún momento quería hacer frambuesa.
-¿Y funciona?
-Empezamos con cuatro variedades, con diferentes épocas de floración y de fructificación, como para poder ver cuál funciona en esta zona y a partir de ahí quedarnos con una o dos.Hicimos una pequeña cosecha el año pasado como para probar con las primeras varas del año y el rebrote. Ahora estamos en la época de poda y de repique de cada una de las plantas. Y bueno, vamos a ver cómo es la producción el año que viene.
-Obviamente está escribiéndose esta historia. ¿Pero te parece que se puede sobrevivir en 50 hectáreas y de modo sustentable o armonioso con el suelo?
-Sí, estamos en ese camino y hasta ahora no tengo ningún indicio que me diga que no. Al contrario el proyecto avanza. Lo más importante, cuando potenciamos el desarrollo local, es tener el consumidor que compre nuestra producción y hoy nosotros lo tenemos. Después podemos ir viendo si podemos incrementar la escala.
A Hugo, unos metros más allá, se le caía la baba por su hija. Tanta que después de la sequía, volvía el riesgo de una inundación.
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