Por Lisandro Pacioni – Fundador de Malevo App
Pasada ya más de una década desde que comenzaron a aparecer sensores de suelo, estaciones meteorológicas conectadas, algoritmos de pulverización selectiva y plataformas de gestión de labores agrícolas, uno podría pensar que el agro argentino está atravesado por una revolución tecnológica. Y, sin embargo, la mayoría de los campos siguen operando con planillas de Excel, llamados de WhatsApp y logística improvisada.
Como productor, contratista y fundador de una agtech, me tocó vivir en carne propia este contraste entre lo que se inventa y lo que realmente se usa. Recorrí campos donde se hablaba de drones y big data, mientras se contrataban servicios a último momento por el boca en boca. No es por falta de ganas ni de capacidad. Es por falta de puentes.
EL PROBLEMA NO ES LA INNOVACIÓN: ES LA DISTRIBUCIÓN
La Argentina no tiene un problema de escasez de tecnología agrícola. Al contrario: produce soluciones brillantes, admiradas en todo el mundo. Lo que tiene es una dificultad estructural para que esas soluciones escalen más allá de los primeros adoptantes.
En nuestro país, los productores que adoptan tecnología de forma temprana no representan más del 5% del mercado. Y, al mismo tiempo, más del 80% de los trabajos agrícolas ya se realiza con maquinaria contratada -una cifra que crece año tras año.
Esto revela un punto clave: la única forma real de que una tecnología escale es que penetre en el mercado de contrataciones. Pero ese mercado sigue siendo mayormente informal y fragmentado.
Los contratistas, que deberían ser los primeros en incorporar herramientas innovadoras, muchas veces no lo hacen porque no tienen garantías de que podrán cobrar más por ofrecer un mejor servicio. No logran “pasar a precio” la inversión en la incorporación de nueva tecnología.
¿Por qué? Porque la oferta está desordenada, y el valor agregado, invisibilizado. La informalidad del mercado dificulta muchísimo la tarea del contratista de vender sus servicios optimizados: ya sea porque no logra mostrarse en el segmento correcto, o por falta de organización ante el caos que genera una demanda tan explosiva y estacional.
Lo cierto es que sin un mercado que las opere, estas tecnologías están condenadas a convertirse en casos de estudio del pasado.
La brecha no es técnica, es operativa. No se trata de convencer al productor de que una tecnología funciona -eso ya lo saben-, sino de asegurarse de que haya un contratista disponible con ese equipo, que esté cerca, que tenga agenda, que cobre a término y que el sistema funcione sin fricción.
Hoy ese engranaje está roto. La relación productor-contratista sigue siendo informal, descoordinada y sin trazabilidad. Y en ese contexto, pretender que tecnologías sofisticadas escalen es como ponerle un motor de Fórmula 1 a un carro tirado por caballos.
UNA VISIÓN DESDE ADENTRO: LO QUE APRENDÍ AL FUNDAR MALEVO
Cuando fundé Malevo no fue con la intención de inventar una nueva tecnología. Fue con el objetivo de resolver un cuello de botella estructural: el acceso coordinado, confiable y profesional a los servicios agropecuarios.
Lo que descubrimos en campo es que, si logramos ordenar el mercado de servicios -la logística, los tiempos, los pagos, la información-, entonces la tecnología empieza a circular sola. Porque un contratista con una pulverizadora equipada con visión artificial puede encontrar demanda real si está conectado con cientos de productores que la necesitan. Y un productor que quiere sembrar con prescripción variable puede hacerlo si tiene cerca quien lo ofrezca y sepa cobrarle.
Solo de esta forma se genera un mercado de uso para esa tecnología, y sabremos que habrá llegado para quedarse.
¿Y si la clave no está en inventar más, sino en conectar mejor?
Mientras discutimos si hace falta importar más maquinaria o subsidiar desarrollos locales, el 80% del campo sigue sin usar lo que ya existe. Las agtech no deben ser solo laboratorios de soluciones, sino autopistas para que esas soluciones lleguen a todos.
Por eso creo que el verdadero desafío tecnológico del agro argentino no es innovar más, sino distribuir mejor. Profesionalizar el acceso. Democratizar la eficiencia. Llevar lo que funciona a donde hace falta.