La última vez que había trabajado en un establecimiento avícola, Nicolás Segovia se recuerda llevando alimento en baldes, cerrando las carpas con cortinas y cuidando, como mucho, 5000 pollos en simultáneo.
Pero eso fue hace 15 años, y está a un abismo de distancia con el nivel productivo y tecnológico que hay hoy en las nuevas granjas avícolas que están apareciendo, donde pueden criarse hasta 45.000 pollos por galpón, y casi 300.000 en un sólo lote.
Por eso es que no puede dejar de sorprenderse durante sus primeras semanas de trabajo como encargado de la granja avícola Las Pepas 4, que está en plena construcción y donde Nicolás ha sido responsable desde el principio, tanto que cuando Bichos de Campo visitó el lugar -en plena zona rural de Entre Ríos- faltaban unos pocos días para que se fueran del lugar los pollos de la primera cría. Es decir, la camada de aves que inauguró el lugar.
Como aún deben poner a prueba toda la infraestructura, empezaron a media máquina con una cantidad de aves que, así y todo, es inconmensurable en comparación a los volúmenes con los que trabajaba Nicolás hace 15 años. Esta primera tanda había sido de unos 37.000 pollitos, distribuidos en 2 galpones.
Como granjero de una empresa integrada, el rol que le cabe a Nicolás es el de velar por la salud y crecimiento de esas aves, en un proceso que demora poco más de 40 días. Para que finalmente se “gradúen” en tiempo y forma, hay muchos factores a contemplar, como la luz, la temperatura, la comida, la bebida y hasta las camas. El responsable de que todo marche acorde al plan productivo es él.
El alto grado de automatización que existe hoy en las modernas granjas, plagadas de sensores y computadoras, le juega a su favor. “Físicamente el trabajo ha cambiado bastante”, observa. Pero también tiene su contraparte, que es estar muy pendiente de que nada falle, porque eso significaría la pérdida de una gran inversión. Ya no son 5000 pollos como antes, sino varios miles más.
Lo interesante de conocer su experiencia trabajando en granjas “a la antigua”, es que permite graficar la magnitud del cambio que ha tenido el sector avícola los últimos años. Y no es sólo de escala -en definitiva, no se trata de meter más pollos dentro de un galpón-, sino de todos los aspectos que hacen a esa crianza.
Hoy, por ejemplo, ya no tienen que rellenar los comederos con baldes, porque un camión abastece los silos que luego envían el alimento a cada uno de los pasillos. Y agradecen que así sea, porque en la etapa final, que es cuando el pollito más come y más engorda, llegan a consumirse más de 10.000 kilos a diario, que antes debían palearse a cada rato.
En su caso, como sucede con otras granjas que funcionan bajo el esquema de productores integrados a una gran empresa avícola (que les provee de los pollitos BB, los deja a su custodia y luego los retira al momento de la faena), Fadel es la empresa que les envía -prácticamente a diario- el alimento balanceado. Al finalizar de la crianza, los pollos van al frigorífico de esa misma empresa.
Mirá la entrevista completa con Nicolás Segovia:
A los pollos también se los abriga, por decirlo de algún modo. “Mantener la temperatura es primordial”, explicó Nicolás, que recuerda cuando en vez de chapas las granjas se construían con lonas, muy poco eficaces para ese cometido, a pesar de los intentos de calefaccionar con campanas a gas.
Hoy no sólo la estructura en sí tiene más aislación, sino que el sistema está más “aceitado”. Mediante un conjunto de sensores, que responden a un determinado programa, se determina la temperatura exacta requerida de acuerdo a la edad de esos pollos. Si hace demasiado calor, se encienden los extractores. Si hace demasiado frío, arrancan los hornos alimentados con chips de madera.
Sin embargo, se necesita un rol activo del trabajador, que es quien debe establecer la temperatura adecuada. “Arrancamos en 32 grados cuando llega el pollito y semana a semana se va bajando de a 2 grados”, explicó el granjero.
“Uno le pone todo el empeño para que salga bien, porque así nos va bien a todos”, señala Nicolás, que por el momento es el único encargado del establecimiento, hasta que terminen los preparativos y se lance la producción plena. En ese momento, cuando haya varios galpones funcionando, hará falta al menos un compañero.
Hay tantos flancos para atender durante tanto tiempo, que se entiende por qué festejan cada vez que se “gradúa” una tanda de pollitos. Y es un trabajo que no cesa hasta el último momento, en el que incluso la tarea diaria es más compleja porque ya son grandes y es más difícil transitar en el galpón.
En algún punto, sólo falta que a los pollitos les canten el “arroró” cada noche y les pongan una película para dormir. Y no están muy lejos de eso, porque hasta la cama se mantiene a diario con máquinas especiales para evitar que se moje por demás y que el animal se estrese o enferme.
Una vez que termina el proceso, y el camión los retira para llevárselos al frigorífico, ese material se retira y se avanzan con las tareas de limpieza a la espera de otros miles de aves más. Son los días en los que los granjeros también descansan y se preparan para iniciar un nuevo ciclo de enseñanza.
“Cuando se los llevan es un alivio sobre todo para la cabeza, porque uno está siempre pendiente de que de que no pase nada durante la crianza”, afirmó Nicolás, que igualmente reconoce estar mucho más tranquilo ahí, en el medio del campo y entre los pollitos, que en cualquier otro rincón de la gran ciudad,en el conurbano bonaerense de donde es oriundo y que ya dejó atrás junto a su familia.
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