En Costa Rica, Sonia Murillo impulsa el Comercio Justo para poder sostener a los pequeños productores que “realmente al decir nuestro somos chiquiticos”

A Sonia Murillo Alfaro no le preguntamos su edad porque suponemos que es de aquellas mujeres coquetas que no les gusta demasiado revelar ese dato. Nos encontramos con ella en la reciente reunión de ministros de Agricultura de las Américas realizada en su país, Costa Rica, a la que había sido invitada porque se la considera un ejemplo de la ruralidad, digna de imitar.

Sonia nació y creció en una zona rural, luego se formó y trabajó en la ciudad. Pero luego decidió volver al campo a luchar por lo que creía justo: la supervivencia de los pequeños productores.

Sonia forma parte de la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños Productores y Trabajadores de Comercio Justo (CLAC), que es la organización parte del sistema Fairtrade International e integra cerca de un millar de organizaciones certificadas en Comercio Justo en 24 países de América Latina y el Caribe. Ella tiene a su cargo la iniciativa en Costa Rica, su país, y la vecina Panamá.

Mirá la entrevista con Sonia:

La finca que pertenece a la familia de Sonia está ubicada a unos 40 kilómetros de la capital de Costa Rica (allí todo es mucho más cercano de lo que resulta aquí), en una región llamada San Ramón de Alajuela. Ella vivió siempre en el pueblo, pero recuerda que los veranos iba a ayudar primero a su abuelo y luego a su padre, básicamente en la cosecha manuel del café. Ese cultivo con el tiempo se fue reemplazando con caña de azúcar. Varios trapiches se establecieron en esa zona.

-¿Cómo son las extensiones de los campos en Costa Rica? Por ejemplo, ¿de cuánto se considera en Costa Rica una hacienda mediana?

-Mediana sería de unas 20 hectáreas, pero lo que predomina es la micro y pequeña propiedad. De una, dos, tres o cuatro hectáreas y siempre con los dos cultivos, casi alternando los dos cultivos, la caña y el café.

Sonia nos relató que, en una sociedad con movilidad ascendente, su padre pudo mandarlos a todos a estudiar en la capital, San José. “Nos enviaron a la Universidad de Costa Rica, y ahí yo me gradué en Estudios de Geografía e Historia,

-¿Fuiste la famosa “profe” de historia?

-La profe de Historia, querida por unos y por otros. Le decían a una los alumnos: ‘Esos señores se murieron hace mucho, ¿por qué hay que recordarlos?’ Pero al fin y al cabo fue para mí una etapa en la que me realicé mucho porque me tocó trabajar en un colegio nocturno. Entonces tuve mucho contacto con jóvenes que procedían del campo, que querían superarse, trabajaban todo el día en el campo y venían al colegio en la noche. Y así lograban surgir. La educación en Costa Rica permitió mucho esa superación de jóvenes que de bajos recursos pero dedicados y estudiosos.

Ella misma reconoce a muchos próceres de su país que fueron sus profesores.

-Los años pasan, la vida sigue y en algún momento tuviste que volver al campo…

-Al heredar nos dividieron la finca, entonces ahí la empezamos a trabajar en familia. Primero habíamos tenido una lechería cuando estaba mi esposo, pero ya después yo quedé sola y para mí era más fácil manejar la caña de azúcar. Decidí mejor quitar el café y aumentar la producción de caña de azúcar.

Para tener un punto de comparación, la superficie de ese cultivo en toda Costa Rica (sobre el mar caribeño hay campos de mayor extensión), llega a unas 50 mil hectáreas, que es casi toda la superficie cañera que en Jujuy dispone la empresa Ledesma, el ingenio más grande de la Argentina. A la vez, todo eso parece insignificante frente a Brasil, que tiene 8,5 millones de hectáreas de cañaverales.

“Por eso mejor nosotros ni decimos la cantidad de hectáreas, porque realmente al decir nuestro somos chiquiticos y de ahí que nos llamen ticos”, bromea Sonia, que ni bien pudo se asoció a la cooperativa Coopecañera de San Ramón. La entidad tiene 50 años y llegó a tener casi 300 productores asociados, pero -como sucede en la Argentina- “va disminuyendo, porque han ido desapareciendo las zonas productivas porque los hijos se heredan y ya no quieren trabajar, entonces mejor venden o cambian de actividad”.

-Cuando ni siquiera las cooperativas y el asociativismo alcanzan… Esto nos introduce en el tema que vos tratas de contagiar: el comercio justo. Y como además de hacer asociativismo, hay que ingeniarse y certificar distintas cosas para poder sacarle un poquito más al pequeño lotecito.

-Exactamente. Lo que este movimiento vino a reconocer es ese esfuerzo del productor. Dentro del movimiento Comercio Justo como filosofía, como modelo alternativo de producción, ha sobresalido FairTrade Internacional como certificación.

FairTrade nació a principios de este milenio en Bonn, Alemania, primero por una necesidad de los clientes, los consumidores europeos, por asegurarse principalmente de dos cosas: que fuera bien reconocido el esfuerzo del productor y que al consumidor le llegara un producto de calidad. Esto implicaba que la cadena fuera lo más corta posible para que hubiera una relación directa productor-consumidor. En Latinoamérica el movimiento incluso tiene su propia canción:

-¿Y la palabra justicia?

-Es que es tan difícil. Una vez me hicieron una pregunta cuando yo dije que estoy en el movimiento Comercio Justo. Alguien se volvió irónicamente y me dijo, ¿existe algún comercio que pueda ser justo? Porque siempre el que vende quiere vender lo más caro posible y el que compra lo quiere comprar lo más barato posible. Entonces estamos ante una disyuntiva. Solo cuando hay un movimiento que lleve a cabo una sensibilización el consumidor va a decir ‘compro este café porque sé que allá hay un productor que se esfuerza por mantener el cafetal sin agroquímicos, que le paga bien al recolector, que no hay trabajo infantil, etc. Y que finalmente con lo que gana puede sostenerse y permanecer en el campo’.

Sonia, en este punto de la charla, se pone la camiseta: “El comercio justo no riñe con ningún otro modelo de comercio. Es un comercio totalmente liberal y el comercio de los grandes exportadores puede seguir existiendo. Pero sirve en las zonas donde pueda desarrollarse un comercio de pequeños productores asociados, que tienen un nicho de mercado especial también para ellos. Eso es lo que queremos fomentar en nuestros países a nivel latinoamericano”.

La mujer nos explica que finalmente la certificación dentro de FairTrade apunta a que el productor reciba un plus respecto del precio promedio de mercado por sus mercaderías. Pero aclara que también se busca que “tenga un precio mínimo, porque no es que estemos a la deriva con el precio de bolsa, con el precio de mercado. La idea es que haya un precio que cubra los costos de producción”.

-Sobre todo en tu caso, donde el precio del azúcar se decide en el mercado de Londres, lejos de las zonas de producción.

-Claro, lo deciden en una mesa en donde nunca se han embarrado los zapatos, en donde no conocen la realidad del productor. Este año pasó todo un mes, el mes de mayo, que tenía que haber llovido y no llovió. Entonces, eso atrasó un poco todo. La caña es un cultivo anual que necesita tantos meses de lluvia, tantos meses de estación seca, calor en el día y frío en la noche, para que el estrés promueva el dulce. Lo ideal es que una hectárea de 80 toneladas, si quedan 80 toneladas, cada tonelada de 130 kilos de azúcar. Entonces, recién ahí estaríamos nosotros diciendo que tenemos buena producción.

Hace unos meses Sonia fue designada por el IICA (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura), como una de los líderes de la ruralidad, por su prédica a favor de este tipo de modalidad de Comercio Justo. Le contamos que en la Argentina es muy incipiente, y que apenas existen casos.

-¿Valdrá la pena para que los productores argentinos indaguen y pregunten sobre esta posibilidad?

-Yo considero que sí. Estamos en este movimiento y consideramos en el caso nuestro hasta en llegar a tener una ley que nos cobije, que nos respalde. Ya tenemos el proyecto presentado ante la Asamblea Legislativa. Yo sé que es algo muy pequeño en la inmensa cantidad de problemas que tiene enfrente el país. Pero cada uno está pues tratando de aportar un granito de arena al mejoramiento del país. Todo es buscando las mejores condiciones para los productores. El comercio justo se ha caracterizado por productos que tienen sus nichos de mercado en Estados Unidos e inicialmente Europa. Hoy día ya se ha extendido a Corea, Japón, Nueva Zelanda. Pero queremos que también internamente el mismo consumidor nacional se sensibilice con el café de nuestras cooperativas certificadas, Y no solo con el cañero. Ahora tenemos café, caña, tenemos la piña, tenemos banano, cacao, otras frutas que se les tienen actualmente mercados afuera.

La Cooperativa La Riojana fue la primera agroempresa argentina en incorporar el concepto de “comercio justo”

-¿Cuántos productores finalmente, más o menos, se han adherido aquí en tu país?

-En total andamos cerca de los 20 mil pequeños productores. Somos bastante y pueden ser más. Por ejemplo, en este momento hay una organización de vegetales de Cartago, que son productores de papa y otros vegetales. También varias otras organizaciones de café que se van contagiando. La idea es llegar a más productores pero también llegar a más mercados. Porque la idea final es producir bajo todos los estándares que son muy exigentes.

-Algunos son exigentes para satisfacer a los consumidores, quizás muy exigentes. Pero deben ser la mayoría útiles para sostener a los productores en su trabajo.

-Es que esa es la idea. La idea es que si nos sacrificamos cumpliendo una serie de estándares tengamos el reconocimiento y el productor diga que vale más la pena venderlo. Se ve la diferencia. La idea es que podamos seguir existiendo los pequeños productores. Y que no abandonemos las áreas rurales. Eso es lo que buscamos, que no necesariamente se abandone el campo.

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