“¿A dónde irá a parar todo lo que investigué?”, se pregunta Agustín Mazzalay, un experto en girasol que debería dejar su trabajo en el INTA y ya busca otro destino en Linkedin

Cuando tenía 10 años y era un chico de barrio en Córdoba capital, Agustín Mazzalay ya seleccionaba plantas de girasol que sembraba en su patio por pura curiosidad. Fue lo mismo que, de grande, hizo en el INTA, un organismo que deberá abandonar por la política de vaciamiento que está impulsando un puñado de funcionarios desde sus oficinas en Capital Federal.

“Estoy buscando trabajo, si saben de alguna posibilidad se los agradezco mucho”, publicó el investigador en su cuenta de Linkedin, en donde ya colocó la etiqueta #OpenToWork y se sumó a la extensa lista de profesionales del INTA que buscan otros horizontes pues temen quedar en la calle. La intención del gobierno de Javier Milei es reducir la planta de personal de los actuales 6.000 personas a solo 4.500 a fines de año. En ese plan, no se hace ninguna distinción entre investigadores, técnicos o personal administrativo de apoyo.

Agustín es uno de los 14 trabajadores que ayer se enteraron de la noticia de que serían desvinculados en la Estación Experimental Agropecuaria Manfredi. Tiene 36 años, está sobrecalificado y hace ya una década que ingresó por concurso al organismo. Nada de eso importa, porque cuando la motosierra pasa no distingue quién queda en pie. “Todo esto es muy doloroso”, dijo en diálogo con Bichos de Campo.

Es ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional de Córdoba, máster en genética vegetal de la Universidad Nacional de Rosario y fitomejorador especializado en girasol, uno de los cultivos que distinguen a la Argentina en el plano internacional, y del cual hay poco investigación por parte de las grandes empresas agrícolas globales.

Al igual que muchísimos otros trabajadores, Agustín había cumplido su sueño de ser parte del INTA. Hoy fue a trabajar con la certeza de que, pronto, ya no estará más ahí, ni él, ni muchos de sus compañeros.

“Siento que le aporté todo mi amor, cariño y conocimientos a la institución; y hoy veo que no cuenta, que todo se diluye y no importa lo que pueda dar”, expresó, muy conmovido por la noticia y por la frialdad con la que está siendo arrasado el organismo.

Y es que tanto se ha dicho sobre los trabajadores del INTA, que en el relato de Agustín hay un dejo de culpa, como si tuviese que explicar la importancia del trabajo que han hecho y lo difícil que será recuperarlo luego de todo esto. “Lo que hago en el banco de germoplasma de girasol es inédito en el país”, explicó.

Es que, hasta que finalmente se lo desvincule del INTA, él será responsable de los recursos genéticos del banco de germoplasma del INTA Manfredi, que tiene, en el caso del girasol, la información de todas las variedades existentes. Un acervo de ese tamaño no sólo no existe en el sector privado, sino que, de hecho, es demandado por las empresas semilleras para el desarrollo de nuevos híbridos.

Con la sangría incesante de trabajadores, no se sabe qué quedará de eso en pie. “INTA tiene la función exclusiva de cuidar las semillas de los cultivos alimentarios a nivel nacional, yo no lo puedo llevar al sector privado”, señaló el agrónomo.

Es justamente en estos casos donde hace agua el argumento de que todos los trabajadores del organismo pueden pasar a trabajar en empresas privadas. Claro que pueden, pero es una especie de “tiro en el pie” para el conocimiento argentino y la soberanía, porque lo que se hace desde el sector público es brindar un servicio tanto a empresas como a toda la producción en general.

“¿A dónde irá a parar todo lo que investigué e hice?”, se pregunta Agustín.

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Es paradójico ver cómo hoy el Estado -en búsqueda de la “eficiencia”, dicen- pierde cerebros en los que invirtió tiempo y recursos. En el caso de Agustín, el INTA pagó su posgrado por una beca de formación, allá en el 2015, y hoy los desvincula como si nada. “El INTA me formó y ahora me saca patas para afuera. Me siento muy desnudo”, dijo el trabajador.

Ahora es tiempo de despedidas, de juntar valor y volver a empezar. Cuando ayer se le acercó el jefe a comunicárselo, Agustín confirmó que no importa ni su edad, ni su formación ni el puesto que ocupa. “Es un fantasma que está hace tiempo en el INTA, pero yo creí que no me iba a tocar”, expresó sobre el despido.

En medio del dolor de abandonar aquello con lo que siempre soñó, junta fuerzas y empieza a leer las ofertas de trabajo en Linkedin.




Encima, aún yéndose, no pierde el sentido de pertenencia, y no se olvida de lo que ha significado para él ser parte de la investigación estatal. Por eso no pega el portazo, sino que, por el contrario, se ofrece a asesorar a quien continúe en su lugar. “No tengo problema en transmitir toda la información y todo lo que sé porque las cosas se tienen que continuar”, afirmó

Así como no tiene certezas de qué pasará con todo ese conocimiento que han generado por décadas, tampoco sabe qué cara poner frente a los estudiantes secundarios y universitarios que apadrina como tutor. “¿Qué les voy a decir a esos chicos? ¿Quién se va a hacer cargo de ellos?”, se pregunta, casi sin esperar respuestas. Sabe que tampoco las habrá.

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En el fondo todavía se acuerda de ese chico de ciudad que quiso irse al campo y que, en vez de jugar al Sega, plantaba girasoles en el patio de su casa. Si tiene que pensar en lo que viene, la respuesta es automática: “Mi pasión siempre fue la genética y el mejoramiento”, dice.

En ese trabajo casi artesanal, de seleccionar plantas, hacer ensayos, estar medio año en el campo y la otra mitad en el laboratorio, es donde se siente pleno. “Al final pude cumplir mi sueño”, expresa, bastante movilizado, porque hoy es uno de los nombres en una computadora, en algún servidor de Buenos Aires, que indica que se debe ir del lugar donde fue un orgulloso investigador.

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