Existe bastante información teórica sobre diseño e implementación de paisajes multifuncionales, aunque no abundan los casos prácticos. Y ese fue precisamente el tema tratado en la última reunión de la Comunidad Virtual CREA “Sistemas Agrícolas Sostenibles”.
Los paisajes multifuncionales son definidos como aquellos que permiten optimizar el manejo de las contribuciones que la naturaleza puede hacer a la sociedad en función del potencial presente en cada ambiente. Se trata de cambiar el “chip mental” y dejar de pensar cuánto podemos extraer de un ambiente para comenzar a visualizar qué es lo mejor que podemos obtener del mismo de acuerdo a sus características específicas.
No se trata de un mero ejercicio intelectual o un pasatiempo: existe, por ejemplo, evidencia científica que indica que una mayor presencia de polinizadores contribuye a incrementar los rendimientos del cultivo de soja o bien que una mayor presencia circundante de biodiversidad promueve un mejor control de malezas problemáticas.
“Cuanto mayor es densidad de especies en los bordes de los lotes con cultivos de renta, la cantidad de malezas que se observan es menor y una de las posibles explicaciones de ese fenómeno es que esos bordes funcionan como reservorio de malezas no resistentes, lo que hace entonces que la población de malezas resistentes tarde más tiempo en colonizar los lotes de producción”, explicó en la reunión Paula Zermoglio, bióloga e investigadora del Instituto de Investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural (Universidad Nacional de Río Negro/CONICET).
La investigadora destacó que la implementación de paisajes multifuncionales en empresas con modelos de producción extensivos requiere un proceso de transición que debe abordarse con distintas escalas tanto espaciales como temporales
“La transición requiere identificar áreas de bajo costo de oportunidad o bien de gran valor natural en los lotes para destinarlas a parches de restauración, bordes o corredores biológicos”, apuntó en un artículo publicado por Contenidos CREA.
Zermoglio dijo que todo rediseño debe realizarse en función de evidencia científica para validar decisiones en lo que respecta al tamaño y reconfiguración del paisaje. Y que un aspecto central de ese proceso es un análisis económico con un monitoreo permanente de indicadores clave, además de evaluar las ventanas de oportunidad generadas por las intervenciones (como apicultura, frutales, actividades turísticas o recreativas, etcétera).
Mostró el caso concreto de un establecimiento pampeano (El Médano) que, al detectar un área arenosa que presentaba de manera sistemática rendimientos agrícolas pobres respecto a los logrados en el resto del campo, procedió a retirar dicha zona de producción para destinarla a restauración.
“Se pasó así de un escenario de alto costo relativo y baja productividad y diversidad a otro de alta diversidad y menor costo relativo”, remarcó. “Esas situaciones representan una oportunidad porque además de reducir pérdidas in situ pueden contribuir a mejorar otros servicios ecosistémicos y reducir eventualmente los costos de producción en unidades de manejo aledañas”, añadió.
Tales acciones –recomendó la investigadora– deben realizarse en base a la comunicación y el consenso de todas las personas intervinientes en el proceso productivo para evitar complicaciones.
Por ejemplo, luego de introducir un corredor biológico se dejó transitar por el mismo a la maquinaria agrícola y posteriormente se descubrió que esa acción promovía la dispersión de semillas de la maleza roseta por lotes en producción, así que fue necesario evitar el paso de la maquinaria por ese sector. “El proceso requiere actividades constantes de monitoreo y evaluación, porque eso nos concede mayor agilidad en la respuesta a inconvenientes que puedan llegar a surgir”, señaló.
Una vez implementados los parches de restauración, bordes o corredores biológicos, ¿es conveniente resetear el área y sembrar una pastura? ¿O dejar que las especies presentes en las mismas proliferen sin restricciones? No existe una respuesta única a esa pregunta porque depende de diferentes factores que pueden variar en cada caso en particular.
“No es sencillo determinar si el banco de semillas presente en un área por restaurar es de alto valor biológico porque es muy probable que en la región pampeana los bancos de especies nativas se encuentren deteriorados; lo más práctico es permitir que cada ambiente evolucione para ir monitoreándolo antes de realizar una intervención cuyo resultado es difícil de predecir”, aconsejó.
La investigadora explicó que, más allá de las particularidades presentes en cada caso, el objetivo central debe ser promover la diversidad de grupos funcionales para contribuir a generar sistemas más resilientes.
“Para expresarlo de una manera muy sencilla: si tenemos un grupo de insectos en un ambiente que resulta perjudicado por un evento climático, en caso de haber otro grupo que cumpla funciones similares, eso ayudará a preservar la estabilidad del sistema, mientras que lo contrario ocurrirá si esa diversidad no está presente”, ejemplificó.
El monitoreo sistemático de insectos, precisamente, está en buena medida orientado a determinar la magnitud y diversidad de poblaciones con diferentes funcionalidades para poder así predecir cuán estable o no es una red trófica.
En el encuentro se recordó que los paisajes multifuncionales no son una herramienta única, sino una de múltiples alternativas disponibles para gestionar modelos agrícolas con un enfoque sistémico y que contribuyan, en el largo plazo, a consolidar la sostenibilidad económica, social y ambiental de la agricultura.
En la reunión, que contó además con la participaron Lucas Andreoni y Alejo Ortiz de Urbina, se destacó la importancia del aporte multidisciplinario de ingenieros agrónomos, paisajistas y biólogos para diseñar paisajes multifuncionales.
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