A fines de los años 90 era muy común escuchar o leer noticias que hablaban de una inmensa cantidad de hectáreas implantadas con nuevos olivos en la provincia de Catamarca, en el marco de los proyectos de diferimientos impositivos que impulsaba el gobierno nacional. Era tanta la superficie que era común escuchar en los análisis que cuando finalmente entraran en producción, esos olivares iban a inundar de aceite de oliva argentino el mercado mundial.
Aunque finalmente la producción olivícola creció (actualmente hay unos 90.000 hectáreas en producción, tanto para aceite como para aceitunas de mesa), lo del milagro catamarqueño no sucedió, e incluso muchas plantaciones ubicadas cerca de San Fernando del Valle de Catamarca, la capital provincial, quedaron abandonadas, se están reconvirtiendo o apenas producen lo suficiente para cubrir los costos. ¿Qué es lo que sucedió?
Tuvo mucho que ver un yerro histórico jamás bien explicado ni digerido por la propia cadena productiva. Pero el agrónomo Oscar de la Carrera, que trabajó mucho tiempo asesorando empresas y montó un vivero llamado Doña Icha, no esconde las razones: en aquellos enormes planteos productivos que habían las grandes empresas de otros rubros muchos equivocaron las variedades implantadas y se dieron cuenta tarde del error. Cuando los olivos entraban en producción, o bien los rendimientos no era satisfactorios o bien no pudieron adaptarse al clima de la región.
Al frente de un emprendimiento familiar que ofrece tanto plantines como una modesta producción de aceite y de aceitunas de mesas, Oscar nos resumió la historia de este pequeño fracaso agronómico en una reciente visita de Bichos de Campo a la provincia:
“Me recibí de ingeniero agrónomo y después comencé asesorando distintas empresas olivícolas. Posteriormente creé el propio emprendimiento, acompañado por la familia. Primero comenzamos con un vivero de olivos, porque era una época que había una gran demanda de plantas. Empezamos a producir y comercializar en Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza. También exportamos plantas a Uruguay”, relató.
La gran demanda, en aquel momento, provenía de lo que todos llamábamos “la nueva olivicultura”, que eran grandes proyectos -de cientos o miles de hectáreas- a través de los diferimiento impositivo. En ese momento se ponían diferentes variedades, pero la enorme mayoría eran aceiteras, porque esa era la gran promesa hecha a los grandes inversores: el aceite de oliva argentino iba a inundar el mercado internacional.
“En Catamarca se había apuntado en un 80% de variedades de aceite y un 20% de variedades de mesa. Lamentablemente las variedades de aceite producían bastante bien, pero los rindes en aceite eran muy bajos y por eso se fueron perdiendo varios cultivos”, prosiguió De la Barrera.
La actividad del vivero especializado en olivos siguió siendo bastante buena porque luego del gran pifie hubo que comenzar a reconvertir variedades, y muchos árboles para aceite mutaron a las de aceituna, de mesa.
“Son variedades distintas. Por lo general, la variedad aceitera es mucho más chica y la de mesa es de fruta grande. Es la que va en la pizza, la que va en el frasco y tiene un muy buen aspecto. Se produce muy bien en Catamarca la aceituna de mesa y por eso se está apuntando hacia esta reconversión a las variedades de mesa”, explicó el especialista.
“Lamentablemente nosotros en Catamarca erramos desde un principio y también por eso se ven algunos cultivos abandonado, porque no era rentable. Hubo muchas empresas que se instalaron en Catamarca, que hicieron todas las inversiones que corresponde a una alta tecnología para manejo en cultivo. Hicieron perforación, riego por goteo. Pero lamentablemente uno se empieza a da cuenta a partir del cuarto año: cuando la planta empieza a producir íbamos a la fábrica de aceite, los rindes eran muy bajos y el negocio era antieconómico”, describió Oscar.
El agrónomo reconoce que él también cometió los mismos errores, pero en escala más pequeña. “No es que por haber sido viverista ya la tenía clara. En el año 2000 yo comencé con plantaciones en Colonia del Valle y puse también un 80% de aceite y y 20% de mesa. Pero yo soy un pequeño productor, y en realidad las pocas plantas que había puesto (ese 20% de variedad de mesa) me dieron el impulso de recuperar la plantación y de empezar a reconvertir todo. Por supuesto, con el apoyo de los créditos blandos que dio la provincia para el reconversión varietal”, comentó.
Es que hasta el Gobierno de Catamarca aceptó este yerro y comenzó a promover el reemplazo de plantaciones. En el caso de Doña Icha, ya se está llegando al 100% de variedades de aceitunas de mesa. “De ese 100%, actualmente tengo un 30% en producción y el resto hay que esperar. Pero lo hacemos con mucho optimismo porque sabemos que anda muy bien y que en poco tiempo empezará a producir”, indicó el agrónomo.
De todos modos, en la finca Doña Icha se sigue produciendo algo de aceite con algunos olivos aceiteros que le quedaron. “Para defender el precio lo fraccionamos y lo vendemos nosotros mismos en el mercado interno, principalmente, principalmente acá en Catamarca”.
-Y como agrónomo, ¿seguís asesorando a otros emprendimientos o ha caído bastante ese trabajo?
–No, no ha caído. Pero lo que pasa es que la actividad tanto del vivero como la de productor no me deja tiempo para poder asesorar a otras empresas. Pero uno siempre que está metido hace bastante tiempo en este tema.
-¿A vos te parece que ya la reconversión es definitiva para Catamarca?
-Exactamente. Ya para el año pasado a cada productor se le daba un crédito para reconvertir 50 hectáreas de olivo en su finca. Este año el gobernador anticipó que va a haber un segundo período, también para 50 hectáreas, y esos créditos son muy buenos. Si bien no alcanza para hacer a las 50 hectáreas, te da una ayuda muy importante y uno poniendo muy poco logra convertirla. Es un crédito blando con cuatro años de gracia. A partir del cuarto año, que es decir cuando ya la planta empieza a producir, nosotros comenzamos a devolver el crédito.
-¿Y por qué estás seguro que esta vez no se equivocan y es la definitiva?
-Estamos trabajando con una variedad que que es muy noble, que produce muy bien, que tiene poca ‘vocería’ (así se denomina una singularidad de los olivos, que dan muy bien un año y el otro bajan su producción). Es la Hojiblanca. Con esta variedad producimos prácticamente en un mismo nivel todos los años. Por supuesto, el olivo es una planta muy noble, pero necesita todo el tratamiento como cualquier planta frutal, para que pueda producir. Hay que fertilizar, hay que podar, hay que cuidarlo como a una planta de pera o de manzana o de membrillo. Hay que cuidarla para que la planta nos devuelva con producción.
La entrada El agrónomo Oscar de la Barrera vivió en carne propia el gran yerro histórico de la nueva olivicultura de Catamarca, que eligió variedades que no funcionaron y debieron reconvertirse se publicó primero en Bichos de Campo.