“El contenido de carbono en el suelo aumentó hasta 500% en los sistemas donde más intensificamos la agricultura”, dijo el investigador Diego Cosentino tras cinco años de análisis en Pergamino

Diego Cosentino es uno de los expertos en conservación de suelos que da clases en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, la Fauba. Docente de la cátedra de Edafología, advierte que más de un siglo de agricultura continua en la región de la Pampa Ondulada ha reducido de modo visible el contenido de carbono en los suelos agrícolas, pero a las vez asegura que con prácticas agrícolas diferentes a las que se han seguido hasta ahora puede revertirse ese proceso de deterioro de la fertilidad.

El carbono (C) es clave para la salud de los suelos en todo el planeta e imprescindible para que los sistemas agropecuarios funcionen bien. “En el caso de nuestra Pampa Ondulada, el nivel actual de este componente es muy bajo como consecuencia de más de un siglo de agricultura continua”, define un informe divulgado por el sitio Sobre la Tierra, de la propia Fauba, que cuenta la experiencia de investigadores de esa facultad para tratar de revertir ese proceso.

“En la Pampa Ondulada tenemos un problema grave: la actividad agropecuaria en el último siglo fue tan intensa y continua que bajó su contenido entre un 15 y un 40%”, ratificó Diego Cosentino, responsable de dicha investigación.

Diego y su equipo evaluaron diferentes formas de hacer agricultura en este región del planeta. “Comparamos prácticas convencionales con las de campos de punta de la Pampa Ondulada que producen intensivamente, usando las mejores variedades, dosis precisas de fertilizante en el momento óptimo o cultivos de servicio con especies adecuadas. Nuestra idea fue evaluar el contenido de carbono en los primeros 100 centímetros del suelo”, detalló.

El estudio se enfocó en lotes agrícolas sembrados con trigo, soja o maíz y analizó diferentes rotaciones, con distintos grados de cobertura, de fertilización y de protección contra plagas. Al cabo de cinco campañas, midió los contenidos de C en cada uno de estos lotes.

“Vimos que el contenido de carbono en el suelo aumentó hasta un 500% en los sistemas donde más intensificamos la agricultura, algo realmente impactante. En promedio, se acumuló a una velocidad de casi 2,4 toneladas por hectárea y por año, cuando lo normal oscila entre 0,3 y 0,6”, destacó el investigador.

Los resultados de este trabajo están publicados en la revista científica Agriculture, Ecosystems & Environment. En concreto, allí se presentan los resultados obtenidos durante las primeras cinco temporadas (de 2015 a 2020) de un experimento de largo plazo realizado en la Estancia Don Eduardo, ubicada en Pergamino, provincia de Buenos Aires. “La finca fue manejada con las prácticas agrícolas promedio de la región durante al menos 40 años. El área experimental fue de 6 hectáreas y había sido cultivada con soja en la temporada de crecimiento 2013/2014, inmediatamente antes del inicio del experimento”, se detalló. 

En Sobre la Tierra, Cosentino contó que, al principio, los suelos estaban muy debilitados y con bajos contenidos de carbono. “Como era fundamental conocer el estado inicial del cual partía nuestro estudio, arrancamos en Pergamino, que tiene muchos años de agricultura y suelos muy degradados. Es lógico que su capacidad de acumularlo sea enorme”.

También profesional del CONICET, el investigador destacó que la variable que más impactó en la acumulación de carbono fue la asociación del trigo o la soja con un cultivo de cobertura, dado que se incorporan raíces en lugares donde antes no había. “Por lo general, la finalidad de implementar cultivos de servicio es proteger el suelo y almacenar agua y nutrientes. Cuando evaluamos esta práctica en complemento con el monocultivo de soja, el carbono aumentó casi un 100% en relación con las áreas sin cobertura vegetal o barbecho”, observó.

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Según el docente, comparada con la rotación trigo-soja, la dupla soja-maíz promovió que se acumulara más carbono. La razón es que esta asociación ocupa los lotes menos tiempo en invierno y permite realizar en esta estación cultivos de servicio más largos, con más aportes al suelo de este elemento.

Estos hallazgos llevan a Cosentino a enfatizar los beneficios de la intensificación tecnológica y de los cultivos de servicio. “Aplicar estas prácticas es lento y complejo. Por eso, nuestros hallazgos ratifican la importancia de realizar experimentos de largo plazo que nos permitan evaluar los efectos de las prácticas agronómicas para diseñar sistemas de cultivo regenerativos, más sostenibles y de alto rendimiento”, dijo.

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