Solana Orlando es médica, nacida en Buenos Aires y hoy vive en el barrio de Palermo, en la Capital Federal. Lleva 50 años ejerciendo su profesión como terapeuta familiar sistémica. Da clases de posgrado de modo ‘on line’ a psiquiatras y médicos de Europa, y todos los años debe viajar por ello al viejo continente. Apenas uno habla con ella o conoce sus quehaceres y su obra se da cuenta de su impronta personal inclinada a lo humanístico y al ser social, que todo lo concibe en comunidad y siempre piensa y habla de “nosotros”.
Ella no puede dejar de remontarse a sus raíces y es que allí aparecen las razones de su modo de ser. Cuenta con orgullo que su madre, Zulema Storani, fue desde muy joven maestra rural en el pueblito La Niña, cerca de la ciudad de 9 de Julio, en la provincia de Buenos Aires, luego fundó junto a su marido y a Leónidas Barletta, el Teatro del Pueblo –el primer teatro independiente-, y como si fuera poco, fue la primera psicóloga argentina. “Mis padres fueron muy amigos de Roberto Arlt”, señala.
Pero Solana se reconoce más tambera que médica. Porque su padre era historiador -escribió “De sol a sol, novela de una jornada campesina”- y a la vez agropecuario. “Mi padre Rodolfo, trabajó varios años en un campo de mi abuelo Jacinto, a una legua del pueblo de Quiroga, cercano a La Niña. Luego heredó una parte de aquel campo y lo llamó La Solana, que fue el nombre de una mujer que el General Lavalle le supo quitar a un general español. A mí me puso el mismo nombre y en ese campo tuvo un tambo al que siempre me llevó desde chica”, recuerda.
Solana tuvo que vender el campo que heredó de su padre, pero su ex marido le cedió a sus 3 hijos y a ella otras 135 hectáreas de un campo que heredó, ubicado a 4 kilómetros de la vieja estación de tren El Tejar, entre Quiroga y Los Toldos, al noroeste de la provincia de Buenos Aires. Ella se lo alquiló a un vecino, Óscar Hansen. Pero en 2005 le dejó de alquilar 35 hectáreas, donde se hizo una casa y plantó 400 árboles -robles, aromos, sauces, casuarinas, cedros, pinos, pecanes, alcanfor, taxodium, líquid ámbar, magnolias, gyngos, perales, membrilleros, durazneros, higueras, limoneros, ciruelos, naranjos, un castaño y tres almendros, todo en 4 hectáreas. A su campito lo llamó La Resolana.
Cuenta la doctora que un día, un empleado de Hansen, “Nacho” Quiroga, la interpeló: “¿Por qué no boyerea esos bajos tan lindos, que nadie siembra, y le mete unas vacas?” Y ella le hizo caso, pero contratándolo a él, quien hoy es el encargado de su campito y tiene 50 bovinos Aberdeen Angus negros, en ‘capitalización’. “Me quedo con el 50% de los terneros, insemino todas las vacas y las repaso con toros”, detalla.
En 2012 Solana se reencontró con Pepe Mazzini después de 45 años y formaron pareja. Habían estudiado medicina juntos y conformado un dúo folklórico, pero él dejó la carrera, se fue a vivir a Barcelona y luego regresó para vivir en El Bolsón, donde en los ’70 fundó la hasta hoy reconocida cadena patagónica de heladerías Jauja. Fue pionero en hacer helado con leche de ovejas y calafate. Cuando sobrevino la pandemia, decidieron pasarla en el campo, “afuerados, no encerrados”, dice ella. Se consiguió dos perros y Pepe le regaló 2 caballos. “Después me traje 2 burros de una estancia vecina. ¡Y ahora Pepe está buscando traer 2 búhos!”, exclama. Más tarde, Pepe le compró 2 cabritas al reconocido quesero de Los Toldos, Silvio Sarco, y se los regaló a Solana. Ella se enamoró tanto de esos mansos y nobles animalitos que, al año, decidió tener más y le compró unas 10 cabrillonas.
Le dijeron a Solana que el que más sabe de cabras en el país es Horacio Martínez, de Uribelarrea, y ella lo invitó a que les diera unas charlas. Quedó tan entusiasmada que le compró 30 cabrillonas. “Para ordeñarlas, Nacho diseñó una máquina con el motor de una heladera y unas jeringas de los veterinarios, y además armó una guachera casera y el establo, todo con dos pesos. La esposa de Ramón, Miriam Muñoz, hoy se ocupa del ordeñe y de la guachera, con la ayuda de su hija, Carlita, que alterna como alumna del CEPT de Los Toldos”, explica la doctora, quien quiere mencionar a Daniel y Luciano, que como albañiles hicieron todas las instalaciones de material y les está muy agradecida.
En septiembre de 2020 Solana contrató al ingeniero agrónomo Bruno Morán por un día para que les enseñara a hacer quesos. Aquella vez, Bruno los empezó a entusiasmar con la agroecología y al poco tiempo, Solana lo contrató como asesor. Nacho se convirtió en el maestro quesero y, entre él, ella y Bruno conformaron una sociedad para la producción de los quesos. Hoy tienen 70 cabras en ordeñe.
Para hacer queso con la leche de las cabras, necesitaron un sustituto para darles a las cabritas y compraron tres vacas Jersey. Como éstas daban mucha leche, también se pusieron a hacer quesos con leche de vaca, una especie de Gouda, típico de la zona, y un camembert. “Y con la leche de cabra hacemos un semimaduro, un haloumi, un camembert, un fresco ‘llanero’, ideal para a hacer a la plancha, y ricotta”, enumera. Señala Solana que sus quesos son suaves a causa de que alimentan sus cabras sólo con alfalfa y un poco de maíz propio.
“Los empezamos a vender el año pasado con la marca ‘Loca como una cabra’, la que vendría a ser yo –dice, risueña-, en una feria en San Isidro, luego en el Festival del Queso de Los Toldos y en la Expo Queso de Lincoln. Hicimos dulce de leche, de cabra y de vaca, y dulce de membrillo en pan con la receta de una abuela sanjuanina. Los llevamos junto a los quesos y vendimos todo, porque gustaron mucho”. Pero como Solana y su marido no cesan de soñar a futuro, ella cuenta que Pepe le dio hace poco la idea de hacer helado de leche de cabra y yogur, para lo que acaba de comprar una máquina de helados.
Continúa la doctora: “Luego Bruno nos propuso hacer una huerta y criar gallinas pastoriles en corralitos, que hoy también las cuida Carlita. Para las vacas, hoy tenemos un sistema acotado de parcelas, con un manejo intensivo, silvo pastoril, cambiamos los boyeros cada dos días, revisamos las aguadas y asistimos a las pariciones. Mi casero, Ramón Ortiz, se ocupa de cuidar todo esto”, aclara.
Gracias al manejo agroecológico que nos enseñó Bruno, fuimos los únicos que no perdimos pastos durante la sequía. Él es coordinador en el CEPT y su hijo Pedro es alumno de la escuela y viene a ayudarnos ‘ad honorem’. Alejandro Ogando, de Los Toldos, vino a podar los frutales y como sabe muchísimo de huertas y compostaje, lo contratamos para que viniera dos veces por semana a asesorarnos en forestación, manejo de la huerta y nos elabora el compostaje bokashi, gracias al cual mantenemos todo bien fertilizado y verde, aprovechando el guano de los animales”, señala la médica, apasionada con la agroecología.
Y Solana fue por más: “El biólogo Javier Puntieri, nos trajo 100 murtas o uñi, desde el CONICET de Bariloche, los cuales son unos arbustos que dan frutos con un aprovechamiento medicinal, pero también para hacer helados. Se cultiva mucho en Chile y lo exportan. Mediante un proyecto conjunto, con la Universidad de Río Negro, Javier pretende desarrollar dicho cultivo en la provincia de Buenos Aires. Ogando hizo los pozos y hace dos meses les pusimos riego”, asegura la médica que ofreció su campito para el plan piloto.
Como el proyecto aún no se autofinancia, la doctora Orlando maneja la administración hasta que pueda contratar a alguien. Hoy le dedica 70% de su vida al campo y 30% a la medicina, aunque esté en su casa de Buenos Aires. Todos los días se levanta temprano para hacer gimnasia. Casi todos los fines de semana viaja a su campo y los domingos le gusta tomar mate en la cama viendo sus cabras por la ventana.
Culmina: “Este año compramos una máquina para elaborar quesos en una buena cantidad y una cámara para almacenarlos. Ahora viene el tiempo de las pariciones y después empezaremos con una producción de quesos más numerosa. Si bien la coyuntura del país no es la ideal, la intención de este proyecto es que sea rentable, que genere trabajo y que sirva para investigar y aprender nuevos conocimientos”.
“Hemos hecho un convenio con el CEPT para que sus alumnos vengan a hacer prácticas”, pronostica esta médica llena de energía, cuyos ojos siguen llenos de futuro. Acaba de plantar 30 almendros para su nieta, Tania, hizo una avenida plantando estacas de álamos y el INTA le acaba de regalar 40 vides. Su campito es de puertas abiertas y es común que Solana y Pepe armen encuentros peñeros y sigan presentándose a dúo como en su mocedad. Pepe tiene 80 y ella 78, y confirman la frase de la sabiduría popular que “para ser jóvenes, hay que vivir muchos años”.
Solana nos ha querido compartir un video que muestra a Silvio Rodríguez visitando una escuela en Coruña y elige cantar a los alumnos su canción El reparador de sueños, tan esperanzada como el espíritu de Solana y Pepe.
La entrada Loca como una cabra: La médica Solana Orlando sigue pensando en “nosotros” y con 78 años dirige un emprendimiento agroecológico que busca generar trabajo y siempre aprender nuevas cosas se publicó primero en Bichos de Campo.