“Los argentinos tenemos molinos y tenemos trigo, pero nos faltan mercados”, es el claro diagnóstico de Silvio Pagnacco, gerente de Molino HJ Navas

Fundada en 1981 en la localidad de Azul, en la zona centro de la provincia de Buenos Aires, la actividad más fuerte de la compañía HJ Navas es el acopio y la comercialización de granos, al punto que no muchos saben de una curiosidad: la firma se ha convertido en los últimos tiempos en la principal exportadora argentina de alpiste.

Pero no es esa su única actividad, desde que se incorporaron al mercado molinero con el rescate de dos empresas quebradas. Tras recuperar esos molinos, muelen trigo a gran escala fundamentalmente para las marcas propias de los grandes supermercados.

La firma nació hace 43 años en Azul como una modesta planta de acopio del centro de la provincia de Buenos Aires. Fue por iniciativa de Horacio Navas, que le dio su nombre, y su socio Gustavo del Curto. Tuvieron cintura, inventiva y el toque de suerte que necesita el empresariado argentino para crecer y, así, han llegado muy lejos, porque controlan varios eslabones de la cadena de valor. Actualmente tienen 7 plantas.

“Ese es el espíritu de HJ Navas”, explica a Bichos de Campo Silvio Pagnacco, gerente de una de las firmas que conforman el grupo, el Molino Navas.

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Del diálogo con Pagnacco queda claro que, aún para las empresas con espaldas, la situación es compleja. “Los argentinos tenemos molinos y tenemos trigo, pero nos faltan mercados. Hoy la molinería argentina está pasando por un momento muy complicado”, observó el ejecutivo.

Silvio atribuyó esa situación no sólo a la baja de consumo interno de harina, sino, sobre todo, a la elevada capacidad ociosa de la matriz productiva, que roza el 60% entre los 170 molinos del país.

Lo dicen ellos, que cuentan con una amplia trayectoria en el comercio de cereales y tienen unas 100.000 toneladas de capacidad de acopio en sus 7 plantas distribuidas entre Azul, Chillar y Quequén. A pesar de su posición estratégica en el interior productivo y las facilidades que les brinda tener su propia flota de transportes, no alcanza.

Si bien la molinería no es la principal actividad del amplio abanico que dirige HJ Navas, desde 2015 han decidido insertarse y convertirse en un jugador importante de ese negocio. El cierre del histórico molino San Martín de Azul los impulsó a ingresar de lleno en el sector, dejar de trabajar a fazon y producir su propia harina. Fue así como instalaron el Molino Navas.

“Fue un proyecto hermoso”, recuerda su actual gerente, que participó en ese proceso de recuperación vital para la economía de Azul, en el que también se reincorporaron trabajadores que habían sido despedidos tras la quiebra. La misma metodología implementaron para fundar su segundo establecimiento, donde antes funcionaba el Molino Nuevo.

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Lo cierto, explica Silvio, es que buena parte de esas incursiones se las facilitó el éxito en la exportación de alpiste a Brasil. HJ Navas cosecha sus propias variedades de ese cereal gracias a un convenio con la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Unicen). Luego lo fraccionan, envasan y venden al país vecino, para que sea utilizado como alimento para aves.

Pero el negocio molinero en el cual incursionaron no luce tan sencillo. La raíz de su preocupación está en que los molinos argentinos sólo están usando un 40% de su capacidad instalada. Producir poco entre muchos achica la torta y eso eleva los costos operativos, deprime los precios e incentiva maniobras de evasión impositiva, un aspecto sobre el que muchos empresarios empiezan a llamar la atención.

Por eso, Pagnacco es claro y contundente en su diagnóstico: “La molinería argentina necesita poder exportar”, señala. No hace falta aclarar que no habla del grano de trigo sino de la harina y sus derivados, para ocupar esa capacidad instalada ociosa con mucho más valor agregado. De hecho, es algo que ya se hace, pero solo hacia mercados de cercanía y en volúmenes que no alcanzan. Brasil y Bolivia son los dos mercados principales, pero no alcanzan a cubrir el potencial que tiene la agroindustria nacional.

El sendero hacia la exportación que se imaginan los molineros está plagado de tratados de libre comercio y mercados emergentes. Para el gerente de Molino Navas, vender harina a los países africanos sería una oportunidad clave para los productores. Silvio se imagina a la harina argentina compitiendo con la turca o egipcia por esos consumidores.

Pero por ahora son ilusiones, objetivos a lograr. “Desde FAIM (Federación Argentina de la Industria Molinera)  trabajamos para sacarnos esa mochila que no nos permite ser competitivos fuera de los países limítrofes”, destacó el directivo.

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Para Pagnacco, la clave sería una reducción de las presiones impositivas y de los aranceles en los países de destino. Tampoco el atraso cambiario por la negativa oficial a devaluar, y el conjunto de la política económica actual, no han ayudado a revertir la situación.

Existe un fideicomiso que conformó la federación molinera para poder exportar en conjunto, pero que por ahora se limita al negocio de pellets de afrechillo, destinados a la alimentación animal. HJ Navas forma parte del grupo de empresas que reunió fuerzas y cumplió su cometido funcionó como prueba piloto para lo que podría venir en el sector harinero. Claro que todo depende de que estén dadas las condiciones.

“Con una demanda sostenida en el mercado, pudimos mantener un determinado precio y no se frenó el mercado interno. Con la harina queremos hacer lo mismo, pero no podemos porque estamos entre 150 y 170 dólares abajo”, apuntó Pagnacco.

La nueva cosecha promete superar las 18 toneladas de trigo y, si se tiene en cuenta que solo se destinan unas 6 millones a abastecer con harina el mercado interno, dos tercios del trigo es para saldo exportable. “Es una picardía”, señaló Silvio, pues también sobra capacidad instalada para procesarlo.

Por lo pronto, a la espera de que el sector de una vez por todas se abra al mundo, el gerente de Molino Navas explica que centran su estrategia en atender a nichos de mercado y diversificar la producción. Por eso es que producen la harina que luego venden las principales cadenas del país para que vendan con marca propia, mientras no descartan introducirse en el mercado de los fideos a futuro.

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