Los hermanos Testa tuvieron que desafiar a su padre y arrancar los viejos frutales para poder reconvertir la finca familiar hacia un negocio con futuro: la venta de semillas

En las cercanías de Eugenio Bustos, en el Valle de Uco, provincia de Mendoza, el agrónomo Gabriel Testa y su hermano Julio trabajan sobre una producción muy particular y previsible: la de semilla de hortalizas (cebolla y zanahoria especialmente) que quizás luego se siembren en el otro lado del mundo, pues se exportan en contra-estación. Pero para poder llegar a hacerlo, tuvieron que desafiar a su padre, que se empecinaba en mantener el viejo monte de frutales aunque le dieran pérdida tras pérdida.

El cultivo de cebolla para semilla no se asemeja en casi nada al de la cebolla para consumo. Sus tallos gruesos sostienen una pomposa cabeza llena de flores, que deben polinizarse utilizando abejas. Debe de ser una de las postales más hermosas que ofrece el campo mendocino, y además con la yapa de la Cordillera de fondo. Los hermanos Testa, junto a un puñado de productores de esta región, se han vuelto casi expertos en el asunto, al punto tal que venden su producción a multinacionales que la exportan.

Pero en sus comienzos la familia Testa se dedicó a la producción de ciruelos y manzanos, como muchos otros productores mendocinos. Todo el trabajo se distribuyó en dos fincas que el abuelo de los hermanos logró comprar durante su época como contratista de viña, en la dorada década de 1970.

Veinte años después, en los 90, los vaivenes económicos complicaron tanto la producción frutícola, que muchos decidieron erradicar sus frutales. Pero el padre de los Testa se resistía a tomar la decisión, a pesar de que año a año las cosechas se frustraban y se perdía mucho dinero. Eso llevó a los muchachos, porque eso eran en esos tiempos, a tomar la decisión de erradicar el monte frutal sin permiso de su progenitor: esperaron que se fuera a descansar unos días a las Termas de Río Hondo para hacerlo. A modo de consuelo solo conservaron un cuadro con membrillos.

Fue dramático. Pero aquella decisión les permitió virar hacia la producción de semillas de cultivos, que se realizan bajo contrato y con mucha previsibilidad, porque la contraparte son empresas multinacionales. Los Testa incorporaron otros cultivos hortícolas como ajo y zapallo, además de la alfalfa y las pasturas.

Los Testa se volcaron por completo a las semillas hace unos 15 años. “La idea de asociarnos y profesionalizarnos con mi hermano llegó a raíz de un problema de salud de mi papá, que tuvo un infarto en 2009. Decidimos alquilarle la finca, jubilarlo entre comillas para que descanse, y nosotros hacernos cargo de la propiedad. A raíz de diferentes contratos con empresas multinacionales encontramos que nuestro valle es óptimo para la producción de semillas de cebolla. Eso nos llevó a que hoy tengamos contrato con tres de ellas”, contó Gabriel en una charla con Bichos de Campo.

En efecto, el Valle de Uco presenta un clima y una cantidad de horas de luz ideal para producir semillas de aquellas variedades de cebolla de ciclo largo. Además, el clima desértico de la provincia ayuda a mantener la sanidad del cultivo, al impedir que se desarrollen enfermedades fúngicas. Eso ayuda a mantener una baja carga de agroquímicos en el campo.

Mirá la entrevista:

 

Este trabajo coordinado con las multinacionales -que aquí obtienen semillas que mandan luego a países del Hemisferio Norte- obliga a los hermanos a tener un manejo muy controlado de ese cultivo y de otros que mantienen como el de zanahoria, también para semilla.

“Estamos controlados por ingenieros de las empresas, inclusive estamos trabajando con buenas prácticas. Tenemos corresponsabilidad gremial. Estamos tratando de actuar de forma tal de que podamos también entregarle a las empresas el producto listo para exportar. La semilla que nosotros logramos tiene que tener un mínimo de 99% de pureza para ser exportada, y un mínimo de poder germinativo que hoy está entre 92% 93%, o entre 80% y 87% dependiendo de la variedad”, explicó Testa.

“La empresa nos trae un material que nosotros no conocemos. Incluso no sabemos la variedad porque no la multiplicamos. No se vende acá en la Argentina y las filiales de acá se manejan en función de la demanda en Europa o Estados Unidos. Estamos trabajando con cebollas de color rojo, blanco, marrón, en función de lo que les demanden las filiales del hemisferio norte”, agregó.

Dentro de este proceso, una parte fundamental es realizada por abejas. Para eso los productores contratan los servicios de apicultores de la zona, que colocan colmenas en el campo cuando las plantas alcanzan entre un 5% y un 10% de floración.

“Al ser materiales híbridos lo que producimos, por lote tenemos dos variedades: una a la que denominamos variedad macho, que es la que genera el polen, y las variedades hembra que no tienen polen en sus flores. Necesitamos que la abeja lleve ese polen de las variedades macho, que están a una determinada densidad con respecto a las hembras, y fecundan a las flores que tiene la variedad hembra”, señaló el mendocino.

¿Y cómo se cosechan las semillas cuando están listas? En forma manual, ya sea con tijeras o a cuchillo. El proceso inicia en enero y termina en febrero. Lo cosechado se coloca en bolsas fabricadas con tela mosquitera para favorecer la aireación, y todo es enviado al secadero para alcanzar una humedad óptima para la conservación. Una vez terminado ese proceso, los productores arman empaques de 500 kilos listos para exportar.

Una curiosidad es que una vez finalizada esta etapa productiva, los hermanos deben avanzar con un plan de rotación para evitar la contaminación de las futuras semillas a producir.

“Pueden llegar a quedar en el suelo plantas guachas y sabemos que las abejas pueden volar más de cinco kilómetro. Eso hace que tengamos que aislar el cultivo de otros cultivos de similares condiciones, en distancias de tres a cinco kilómetros dependiendo de los materiales. Así aseguramos sanidad y pureza varietal”, afirmó Testa.

A eso se suma también el interés de los productores por mantener la sustentabilidad del suelo, por lo que realizar rotaciones con cultivos como centeno y triticale.

-Pareciera que detrás de todo esto está la idea de consolidar un polo semillero, que ya tiene una tradición de entre 30 y 40 años.

-Sí, esto es una alternativa para que el negocio sea un poquito más grande y tener más rentabilidad en pocas hectáreas. Es intensificar, darle mayor valor agregado a los cultivos que tenemos porque si no terminamos haciendo zanahoria consumo, ajo de consumo y dependemos de los vaivenes del país para poder comercializar y para tener buen precio.

-También la relación con la empresa le da certidumbre. Vos sabés cuanto vas a cobrar, algo que no le sucedía a tu padre o tu abuelo. Es salir de la trampa de que la cosecha valga mucho un día y al otro no valga nada.

-Exactamente. Ese fue el fundamento cuando iniciamos el negocio, es decir, trabajar con los pies sobre la tierra y trabajar con algún contrato seguro, con una base en la cual uno pueda ir hacia una meta. Y en función de eso manejar los costos porque si no estamos expuestos a los vaivenes del país. Una zanahoria para consumo llegó a valer 40 pesos y después bajó a ocho. Eso te hace que el negocio no sea rentable en el tiempo, sino que estás dependiendo mucho de la demanda y de la oferta.

-Y la variable de ajuste en esos casos siempre es el productor. Desde ese punto de vista también hay un aprendizaje ahí, un tipo de agricultura mucho más exigente pero mucho más profesional.

-Sí. Eso lo manejamos desde el contrato que se inicia ya con certificaciones, con valores preestablecidos, con tablas de rendimientos y de calidades preestablecidos. Las empresas nos premian si tenemos riego presurizado o si tenemos mayores puntos de poder germinativo a la hora de hacer los análisis. Eso hace que el negocio se vea interesante y a la vez que uno se sienta integrado con la empresa. Nosotros ya estamos haciendo los bulbos de cebolla que vamos a cosechar en el año 2025, o sea que el negocio es bastante dinámico y el futuro también.

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