Marcelo Mazarelli fabrica muebles con ramas del monte en Santiago del Estero: Enseña a otros su oficio para mostrar que se puede vivir sin tener que irse del pago

Marcelo Mazarelli es un artesano santiagueño, que con sus 58 años de vida, lleva más de 30 haciendo muebles a base de ramas de árboles del monte nativo, como las que se cortan para leña.

Siempre aclara que “sin dañarlo, porque hay que cuidarlo. Hago muebles de rescate, digo yo, porque no volteo el árbol y voy siguiendo los movimientos de sus ramas, voy como traveseando e imaginando qué mueble podré hacer con ellas, según las formas”. Agrega que suele dar cursos de su oficio en el INTA para mostrarle a su gente, y sobre todo a los jóvenes, que con él se puede vivir sin tener que emigrar del pago.

Él mismo cuenta: “Trato de que la gente no sólo quiera a su tierra, sino que se quiera a sí misma en su propia tierra, que se quiera quedar en ella para cuidarla. Cuando hago capacitaciones en el INTA, les muestro a mis coprovincianos que pueden dejar de hacer postes y de quemar leña, como únicos recursos del monte nativo. Para eso los llevo al monte, que nos queda muy cerca, porque todo el conglomerado de Santiago Capital y La Banda están rodeados de monte. Juntos, hacemos poda de árboles nativos”.

“Así juntamos una parva –continúa Marcelo-, que bien podríamos llevar a nuestras casas para quemarla con el destino de cocinar, por ejemplo. Pero les muestro que la podemos aprovechar para hacer muebles y otras cosas útiles, como por ejemplo, lámparas, estanterías y demás. Les muestro un sillón o una silla para que vean que con ellas se puede hacer otra cosa más ecológica. Además, tejo los asientos o los respaldos con tientos de cuero de vaca”.

Le preguntamos:

-¿Dónde vivís y de qué monte sacás los materiales para trabajar?

-Antes vivía en el otro extremo de Santiago capital, en el barrio Siglo 21, pero ahora vivo en el barrio Borges, en la zona norte, a unos ocho kilómetros del centro. Vivo solo, en una casita con un poco de fondo, donde tengo mi taller. Suelo trabajar a la sombra de una planta de mora que allí tengo. Trato de cortar sólo para la época del mes en que la luna se pone en cuarto menguante. Salgo bien temprano al monte, con mi moto, mi carrito, mi hacha y mi machete a buscar madera de leña y voy cortando las ramas de acuerdo a lo que necesito. Desde mi casa llego enseguida al monte. Voy a montes fiscales o un privado me da un permiso para cortar un árbol que se le cayó durante una tormenta.



-¿De qué tamaño son las ramas?

-Corto ramas de unos 15 centímetros de diámetro, que es la misma que se corta para leña. Los que hacen carbón en los hornos, la cortan más gruesa. Yo no llevo motosierra, porque no corto árboles, sino que los podo. Los que buscan leña para sus hornos de barro o para hacer asados, cortan las ramas secas de los árboles y sin querer, también los podan. Yo corto las ramas más gruesas del árbol, de unos tres metros y medio de largo. También corto ramas finas porque las uso para hacer lámparas, percheros y demás.

-¿Por qué tratás de cortar cuando la luna está decreciendo?

-Trato de cortar durante los días en que la luna está en cuarto menguante, que vendría a ser unos cinco o seis días al mes, porque la planta está protegida naturalmente, concentra la mayoría de su sabia en la raíz, de modo que no se embicha. Con lo que junto, me basta y hasta puedo ir acopiando. Cuando excepcionalmente, por necesidad, corto leña fuera de cuarto menguante, la acopio aparte, en mi taller, porque se que necesitaré fumigarla para que no se embiche. Y luego el árbol vuelve a brotar con mucha fuerza. A las ramas verdes, las dejo amortiguar o secar, paradas, durante 20 días.

-¿Qué madera o qué plantas usás?

-Aprovecho las ramas de mistol, algarrobo negro, y blanco, quebracho blanco, tala, vinal, garabato. El vinal es pariente del algarrobo, crece hasta seis a ocho metros de altura, tiene unas espinas de hasta quince centímetros, pero su madera es blanda y liviana, de color más claro, entre el anaranjado y el rosado, que se aprovecha mucho para hacer muebles. El algarrobo que se usa para muebles crece hasta veinte o veinticinco metros de alto, pero he visto que en la zona de Amaicha del Valle, en Tucumán, se ha adaptado, concentrando su energía en sus frutos, más que en crecer, y apenas llega a tres metros. Queda petizo, pero sus vainas de algarroba son más grandes que las de Santiago del Estero.

-No todos los artesanos deben ir a cortar su propia madera al monte.

-Claro que no. Hay artesanos que me vienen a comprar la madera a mí. Y con ella, por ejemplo, hacen cucharones. Imagínese que comprar una parva de leña de un metro cúbico debe estar costando más de 7000 pesos. El cuero de vaca, en el campo no tiene uso y a veces los carniceros lo tiran a un pozo y lo tapan para que los perros no vayan a querer comerlo. Yo se los compro entero a unos 5000 pesos. Para hacer un sillón de un solo cuerpo, la madera y tejer los tientos, puedo tardar unos quince días.

-¿Cómo organizás tu trabajo?

-Me encargan un mueble y yo, de paso, hago tres en vez de uno, para ir estockeando. Claro que todos salen distintos. Los envío a todas partes, por flete, y la empresa que utilizo me hace rebaja porque soy un cliente asiduo. Los mando desarmados. Expongo y vendo en ferias de todo el país. Gracias al Estado de mi provincia, puedo exponer en el stand de Santiago del Estero, que está siempre presente en Expoagro, Agroactiva, como en la Expo Rural de Palermo, en Buenos Aires y me pagan el flete. He estado en la Fiesta del Poncho, en Catamarca, en Puro Diseño, en la feria de Colón, Entre Ríos, y ya estoy bien organizado para poder viajar y disponer de muebles para vender durante todo el año.

-Hoy aprovechás las redes sociales para vender.

-Sí, me pueden encontrar con sólo escribir en el buscador “muebles artesanales”, pero mi marca es Muebles del Monte y así figuro en las redes. Me compran de todas partes. Me acaban de pedir desde Jujuy que les haga las estanterías para un local.



-¿Cómo están las ventas? ¿Ganás como para poder vivir?

-Mis muebles gustan mucho, por lo rústicos y artesanales. Respecto de los industriales, les resultan baratos. Y como yo tengo costos bajos, puedo sacar una ganancia. Acá hay muchísimos carpinteros y todos tienen trabajo, pero a veces les piden sillas o sillones con tiento tejido y me los traen a mí para que se los teja.

-¿De dónde creés que te vino la vocación de artesano?

-Me crié viendo a mi abuela paterna tejiendo en su telar, en un cuartito en el fondo de su casa, y a mi abuelo multiplicar plantas, de gajos. Antes teníamos que ir a cortar leña al monte para calentar el agua que usaríamos para bañarnos, o para cocinar, y casi todo se cocinaba al horno de barro o se tenía una fogonera, al costado, donde se hacían las tortillas al rescoldo y se mantenía la pava caliente para el mate. También cortábamos ramas para hacer los cercos, y horcones para hacer los ranchos. En los veranos nos gustaba ir de vacaciones a la casa de la tía Encarnación, en Villa La Punta, donde veíamos a un tío hacerse sus propios muebles con ramas del monte.

-¿Tu padre en qué influyó?

-De mi padre copié el carácter de trabajar de modo independiente y de vender, porque él trabajaba de mañana en un Ministerio, y de tarde salía a vender anillos, collares y relojes, duplicando así sus ingresos.

-Pero a vos te dio por trabajar con los frutos de la tierra, del monte, y con los cueros de los animales.

-Trabajé desde chico. Empecé en una bicicletería, y cuando no había qué hacer, no me gustaba perder el tiempo, porque me aburría. Entonces salía a vender algo por los barrios, como hacía mi padre. Después entré a trabajar en viveros y me pagaban con plantas y plantines, entonces me largué a salir a venderlos con un carrito. La primera vez fui a un barrio nuevo y los vendí todos. Con el tiempo me puse a multiplicar plantines en macetas y los vendía, normalmente hasta diciembre. Además, me puse a hacer servicios de jardinería, hasta que me contrataron para hacer mantenimiento de campos polideportivos, que hice durante cinco años y me pagaban bien.

-¿Y los muebles?

-Un día entré a trabajar de casero en la quinta de una familia y me mandaron podar un paraíso. Con las ramas empecé a hacer muebles para chicos, como solía hacer para mis hijos. Era agosto y me puse a fabricar silloncitos para vender en navidad. Hice 50, y al llegar la época de las fiestas cargué 10 en mi carrito y me fui al centro, donde los vendí a todos en 10 minutos. Volví a buscar a los restantes sillones y los vendí en dos horas. Ahí comencé a tomármelo más en serio.



-¿Desde cuándo pudiste independizarte y vivir de tus muebles artesanales del monte?

-En 1988 me vinieron a buscar funcionarios municipales y me dieron un puesto en la primera feria artesanal de la ciudad de Santiago del Estero. Hasta hoy funciona durante todo el mes de julio con motivo de celebrar el cumpleaños de la ciudad, en el parque 9 de Julio. Antes pagaba un canon, pero hace diez años dejé de pagar, porque pasaron a convocarme las Secretarías de Cultura y de Turismo, a través de las que he dictado cursos. También realizo talleres a través de INTA Santiago del Estero. Voy a las escuelas agrotécnicas y me aprovechan en la materia de Tecnología.

-¿Cuándo empezaste a hacer algo más que sillas y sillones?

-Para esa feria de 1988 fue que empecé a fabricar variedad de muebles para chicos y grandes, y fue cuando comencé a utilizar otras maderas, como algarrobo, mistol, chañar, quebracho blanco, todo lo que el monte me pudiera brindar. Con las puntas de las ramas empecé a hacer horquetas, más abiertas que las gomeras de los chicos, y con ellas hago percheros de pie. Y cuando hallo una rama que, en vez de bifurcarse, se abre en tres, hago crucifijos. También hago lámparas artísticas, donde dejo volar mi imaginación.

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-¿Por qué insistís tanto en difundir tu oficio?

-Es que veo a mi gente del campo, que vive de viajar a las cosechas de la papa o de la zanahoria. Muchos regresan al pago, reventados, con hernia de disco, porque se trabaja de sol a sol, incluso cuando hay barro. Sería una injusticia que yo no compartiera lo que a mí, generosamente, me enseñaron otros, mis mayores. Cuando voy a Colón, me alojan en escuelas y aprovecho para enseñar a los alumnos, a profesores e incluso a otros artesanos. En Cerrillos, Salta, les enseñé a dos muchachos, que se cautivaron y aprendieron enseguida. Uno de ellos está haciendo muebles y me agradece siempre.

-¿Qué le dirías a tu gente, para cerrar esta nota?

-Que para trabajar de modo independiente, uno debe ser decidido, constante y responsable. Muy pocos se dedican a este oficio que yo tengo, es como que se ha perdido, porque casi nadie lo quieren ejercer. Eso hace que yo tenga mucha demanda, mucho trabajo, pero no dejo de insistir en difundirlo para que otros también lo practiquen y no se pierda. Que lo aprovechen, porque es algo muy noble y necesario. Yo he podido mantener a mi familia, criar a mis hijos y hasta mandarlos a la universidad, que no es poco.

Marcelo Mazarelli eligió dedicarnos la chacarera “La olvidada”, de Héctor Roberto Chavero (Atahualpa Yupanqui), Julián Antonio Díaz, Marta Díaz y Estela Díaz, interpretada por el Dúo Coplanacu.

 

 

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