“Que sea lindo no significa que no sea peligroso”, debería decir la leyenda debajo de la foto del Oryctolagus cuniculus, o conejo europeo, como se lo conoce comúnmente.
No es la primera vez que se encienden las alarmas por la presencia de esta especie exótica que, lejos de ser nueva, se combate en la Patagonia desde hace más de una década. Lo que sucede es que hoy se ven los efectos de una política plaguicida poco efectiva, porque el conejo europeo deja cada vez más huellas en Río Negro, Neuquén y hasta el sur de Mendoza.
¿Cómo puede un animal de medio metro de alto y menos de 3 kilos ser tan nocivo? No hay que dejarse engañar por su apariencia amistosa y su similitud con los conejos domésticos, porque esta especie integra la lista de las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo, y tiene efectos sobre la fauna, flora y producción regional.
Bien podrían contarnos su experiencia los chilenos, australianos o neozelandeses, porque los tres países han sufrido la invasión de este mamífero originario de Francia. En Argentina, quienes primero lo trajeron, hace más de 100 años, fueron productores de Tierra del Fuego para dedicarse a la cunicultura y aprovechar su carne y pieles.
Hoy, al igual que el jabalí, es una de las especies exóticas invasoras (EEI) que más daño causa en la Patagonia argentina.
La presencia del conejo europeo provoca varios desequilibrios en los bosques nativos, la biodiversidad, y la producción ganadera, frutihortícola y cerealera. Como se alimenta de pastos y arbustos verdes, se le atribuye mucha responsabilidad en la desertificación, lo que trae dolores de cabeza para los productores ovinos y caprinos del sur, pero también provoca el desplazamiento de especies autóctonas.
Asimismo, por un proceso llamado endozoocoria, esta especie invasora facilita la dispersión de otras. Como se alimenta de plantas nativas y facilita la expansión de malezas, genera una mayor erosión del suelo y permite que avancen especies exóticas que, por algún motivo, no lo habían hecho de forma natural.
Desde ya que su presencia en el sur del país no es noticia, pero sí indica que las medidas que se han tomado hasta el momento no fueron suficientes. De acuerdo con el diario Río Negro, ya hace varios años que productores de la zona Villa Llanquín, a 25 kilómetros de Bariloche, denuncian daños y ya hay registros de dispersión por el curso del río Limay.
Tampoco es la primera vez que se estudia el tema. Ya lo hicieron científicos del Conicet en la Patagonia hace casi una década, y en el 2020, por una resolución del entonces Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, el conejo europeo fue declarado una especie “dañina y perjudicial para la conservación de la biodiversidad y las actividades productivas”.
A diferencia del jabalí, este mamífero sí tiene en el país un depredador natural, que es el zorro gris. El problema es que ni esa otra especie, ni la caza plaguicida -habilitada hace ya 10 años- han sido suficientes para combatirlo, pues tiene un índice de reproducción muy elevado y migra rápidamente.
En el caso de Australia, Chile y Nueva Zelanda por ejemplo, el método utilizado para su control fue biológico, mediante la inoculación con el virus de la mixomatosis. Esta enfermedad contagiosa es altamente mortal para los conejos pero está prohibida en Argentina y muchos alertan que podría ser peligrosa para el resto de la producción cunícola.
Por eso, entre las alternativas que analizan los especialistas, toma fuerza la búsqueda de planes de manejo menos nocivos, como es la captura con trampas y la intensificación de la caza.
Por lo pronto, a nivel legal, la mencionada resolución de la cartera ambiental prohíbe, en su artículo 2, “la importación, el tránsito interjurisdiccional, la cría y comercio en jurisdicción federal de animales vivos, de poblaciones silvestres de la especie conejo europeo”.
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