“Trato de vender mis vinos al mundo, mostrando nuestra querencia”, dice Patricio Pereyra Iraola, que bautizó a su bodega “Don Rosendo” por el paisano vendimiador de la zamba de Cafrune

Han comenzao las cosechas. los changos a las viñas van, y en un carro allá va Rosendo, meta chicote a su pardal”.

Así comienza la popular zamba que inmortalizó el jujeño Jorge Cafrune, y que cautivó a Patricio Pereyra Iraola, por lo que decidió comprar la marca de una bodega ancestral sanjuanina, “Don Rosendo”, para así bautizar a su propia bodega, ubicada en Cruz de Piedra, cerca de Luján de Cuyo, donde él vive con su familia. 

“Me identifiqué con esa zamba, porque pinta al paisano vendimiador, al típico gaucho cuyano, y que al exportar mis vinos es lo que quiero mostrar y contarle al mundo cómo somos, nuestra identidad”, afirma este bodeguero nacido y criado en Buenos Aires, si bien todos sus veranos los pasó en un campo familiar, que lo marcó para siempre. Es necesario aclarar que muchos entendían la letra de la zamba como “a su parral”, pero dice “pardal” porque se refiere a sus caballos pardos. 

Cuenta, Patricio, que es amigo del artista plástico Esteban Díaz Mathe, a quien le compró un cuadro cuyo motivo hoy es el emblema de su producto insignia, la línea de vinos “Don Rosendo”, impreso en la etiqueta: un gaucho montado a caballo, en quien él ve al mismísimo don Rosendo de la zamba. “Y además, estoy convencido de que los vinos son como cuadros que uno va a guardar y a disfrutar cuando quiera”, asegura. 

Patricio Pereyra Iraola (48) es el menor de 5 hermanos y en los últimos diez años ha vivido con su familia, en Luján de Cuyo, Mendoza, luego, uno en Tandil, y este año regresó a Cuyo, donde él confiesa que ha podido darse el gusto de desarrollar lo que más le apasiona: el contacto permanente con la naturaleza y el mundo de los caballos, gracias a su trabajo con las vides y la elaboración de vinos de alta gama. 

Recuerda, Patricio, que cuando murió su abuelo, su padre tuvo que hacerse cargo del campo familiar en la zona de Tandil. “De modo que mi hermano mayor –cuenta Patricio- llegó a ir a la escuela de a caballo y después mi familia se volvió a Buenos Aires, donde yo, el menor, nací. Pero pasé todos mis veranos en aquel campo. Somos una familia grande y muy unida, tengo 13 tíos y es conocida una cabalgata en la que participan unos 180 primos. También son inolvidables los campeonatos de paleta o de tenis, las fiestas, los fogones”, añora.  

“Papá, Julio, siempre fue fanático de los caballos y nos transmitió sus dos pasiones, el campo, la naturaleza, y los caballos –explica Patricio-. Tenemos una gran raíz rural y además, mi madre era paisajista. Hace unos años pude darme el gusto de comenzar a vivir en un medio natural, donde hoy puedo tener mis caballos, y ha sido gracias al mundo de la vitivinicultura, en Mendoza. Sin ir más lejos, la semana pasada, mi padre nos vino a visitar y con sus 85 años, salió conmigo a andar a caballo. Él, para poder seguir disfrutando de las cabalgatas, practica yoga y hace caminatas”, señala, con una sonrisa.  

El actual bodeguero relata su derrotero, de cómo halló su identidad en el mundo del vino: “Si bien hice el colegio y la facultad en Buenos Aires, cuando me recibí, busqué trabajar ligado a la naturaleza, pero al principio conseguí en temas financieros, hasta que por esas cuestiones de la vida, me tocó ir a trabajar a Estados Unidos. Curiosamente allá me vinculé con el mundo del vino, trabajando para una empresa que representaba a muchos productos alimenticios de Argentina, como la Bodega Etchart, pero además a Molinos, Nucete, Quilmes, y de ese modo, no sólo me familiaricé con las aceitunas, el lúpulo, la yerba mate, etc., sino también con el manejo de distribuidores, mercados, importaciones, necesidades de los consumidores y demás”, relata, Patricio.

Continúa el administrador de empresas: “En 2010 regresé a Argentina y empecé a trabajar en una empresa de aceite de oliva de exportación, para la que desarrollé los mercados, principalmente de Estados Unidos y Brasil. Después me metí de lleno en el Grupo Cepas, y en 2012 me fui a vivir a Mendoza, donde desarrollamos los vinos de dos bodegas con mucha historia, Orfila y Viniterra”, recuerda. 

“Luego de 5 años, decidí dejar la empresa y coincidimos con mi esposa en que lo que me gustaba y que ahí estaba la veta de mi vocación: dedicarnos a hacer vinos. Era una combinación ideal: salir a mostrar al mundo un producto tan noble y emblemático de Argentina, como es el vino, y a la vez estar ligado a la tierra, viendo cómo crece una planta tan pintoresca como la vid”, expresa Pereyra Iraola. 

Le preguntamos:  

-¿Cómo empezaste? 

– Arrancamos muy de a poco, con un equipo super fiel, ya somos casi familia, que banco’ y sigue bancando, las etapas de emprender, asociándonos con productores y trabajando con agrónomos y enólogos, para llevar adelante nuestras cosechas en fincas de terceros, sin bodega propia y teníamos guarda en diferentes puntos estratégicos. La primera cosecha fue en 2013 y hace cinco años alquilamos el 100 % de la bodega en Cruz de Piedra, donde tenemos 3 hectáreas de viñedo con cabernet sauvignon y el grueso de la uva nos viene de Tupungato, Alto Agrelo y La Consulta, de productores asociados. 

– ¿Cómo se manejan a la hora de estar asociados con terceros?

– Nuestra política es controlar todo, el riego, la poda, la cosecha, y desde que la uva sale del viñedo hasta que se embotella. Y más aún, porque el vino sigue su evolución constante, de modo que si al vino lo guardaste mal o lo expusiste a algo que no corresponde, lo arruinaste. Tenés que controlar la temperatura de guarda, todo, y uno se va volviendo cada vez más obsesivo. De todos modos, cada añada es diferente, según el clima, y la de 2017, por ejemplo, en nuestro caso fue excelente. Hoy tenemos una capacidad de 300.000 litros. 

– ¿Qué vinos hicieron al comienzo? 

“Arrancamos con una línea de vinos frescos, a la que llamamos Picabuey, porque tengo un hermano al que le apasiona practicar avistajes de aves, y nos entusiasmó con ese ave autóctona de Sudamérica, que se posa en el lomo de los bueyes y caballos, creando una relación de beneficios mutuos, ya que les sirve para darse cuenta de si hay algún peligro en la zona, y les comen los ácaros. Suelo decir que el vino también oficia de puente para crear una relación de amistad o de amor, por ejemplo. Empezamos vendiéndolo en Texas, Estados Unidos, en restoranes, y nos pedían que fuera en botellas pesadas, importantes. Después, gustó mucho en México.   

– ¿Y la línea Don Rosendo?

– Es nuestro producto estrella. La línea Don Rosendo es más clásica y tiene una variedad muy grande. Hacemos un varietal, otro que tiene un paso liviano por madera, un Special Selection que tiene 9 meses en barricas de segundo y tercer uso, un Select de Malbec / Malbec Carmenere que tiene 12 meses en barrica de roble francés y al menos 12 meses de guarda en botella; el Gran Corte tiene 85% de Malbec, 5% de Petit Verdot y 10% de Cabernet Franc, con 20 meses en barrica de roble francés y 12 meses de guarda en botella. Tenemos el 80 % de las fincas, y la bodega, con certificación orgánica y hacemos un vino Malbec “Select Organic”, con etiqueta verde. Además elaboramos vino para terceros. 

– ¿Qué otras líneas de vinos elaboran?

– Elaboramos un vino con el nombre “Jamaaz”, en honor a nuestras hijas Jacinta, Maia y Azul. Este último es un blend de blends que hicimos para consumir en familia. Otro, “Doña Fina”, en honor a mi madre, que como era paisajista, cada etiqueta tiene una flor autóctona de Mendoza, el cactus, la jarilla, etc. También hacemos un vino Pampa, como marca privada para un comprador de Estados Unidos. Y para una ONG, desarrollamos un vino con 5 etiquetas sobre animales en peligro de extinción: la ballena franca, el yaguareté, el cardenal amarillo, el oso hormiguero y el aguará guazú. Trato de vender mis vinos al mundo, mostrando nuestra querencia, nuestro pago, y cada uno con una historia. 

– ¿En definitiva, hay alguna característica común a tus vinos?

– Nosotros siempre pensamos en hacer vinos tintos, porque estos, en la medida de que los guardes un año en la bodega, van a estar más ricos. La mayoría de nuestros vinos son de guarda, con paso por barrica, con fermentaciones con duela, por ejemplo. En cambio, la mayoría de los blancos, se toman jóvenes, frescos y son bien frutados. Hemos hecho blancos para gente del exterior y ahora hemos desarrollado un blanco con la etiqueta de un jacarandá.  

-¿Qué destino les das a tus vinos? 

– Yo diría que nada mejor como vender nuestro vino en nuestra propia tierra, pero en este país, que sufre permanentes crisis, te conviene diversificarte y no concentrarte en un solo objetivo. Entonces desde un primer momento pensamos en exportar algo, porque para pensar en la inversión y todo el desarrollo había que buscar una moneda firme. Nuestros mercados principales hoy son USA, Méjico y estamos ya con un pie en Brasil, UK y China. Aunque en realidad, hoy nos convendría vender más en el mercado interno, pero resulta que exportamos la mayoría de nuestra producción. 

– ¿Sólo hacés tus propios vinos o también para terceros?

– Somos una bodega que se caracteriza además, por brindar servicios. Porque cuando vine de Estados Unidos a trabajar con bodegas grandes, noté que hacían sus propios vinos, pero pocos brindaban el servicio de hacerle el vino a terceros, al modo como ellos quisieran. Y había poca profesionalidad, sin garantizar un precio estable y un buen servicio, bien completo. 

– ¿Y entonces te largaste a hacer vinos al gusto del cliente?

– Como necesitábamos tener volumen para exportar, arrancamos muy fuerte haciendo vinos para importadores de Estados Unidos o Inglaterra, que era como marcas blancas. Y esa confianza que te da un importador es mucha, porque vos le estás haciendo su propia marca, su propio vino. Nuestro perfil es interpretar a nuestros clientes y hacer el vino que ellos quieren, pero aclaro que yo no hago ningún vino que no me guste, sino al contrario, todos me encantan.  

– ¿Cómo notás a la industria en la coyuntura actual? 

– El mercado interno es muy competitivo. Es un momento difícil donde hay que apretar los dientes. Nuestro tamaño de bodega boutique y la oportunidad de nichos en diferentes lugares del mundo nos dan un lugar privilegiado y oportunidades. Hoy los costos se han multiplicado, el tipo de cambio no ayuda, muchísimos insumos son importados, más los costos de bodega, por ejemplo, controlar la temperatura en verano, con equipos de frio, te vienen pagos de luz exorbitantes. 

– Se nota que los costos se han vuelto un gran problema.

Antes había oportunidades para vinos más económicos, podíamos exportar a China vinos cuyo costo era un dólar y los vendía a un dólar y medio. Pero hoy el costo no te baja de dos dólares. Y vamos perdiendo mercados porque Europa tiene costos mucho más baratos. Nosotros estamos muy lejos, con altos costos de logística para llegar, y una economía, en fin, que nos saca del contexto internacional. 

– ¿Entonces cómo ves el futuro de la industria?

– De todos modos, nuestro vino malbec está posicionado en el mundo y tenemos que ser piolas para ver cómo llegar a los consumidores de todas partes, simplificando la intermediación, por ejemplo. La tecnología nos deja llegar a todos lados y la relación productor-consumidor es cada vez más directa, todo se mueve más rápido, hay que acelerar y recuperar posiciones. 

– ¿Sabés por qué razones el vino chileno siempre tuvo más márketing que el nuestro en el mundo? 

– Chile arrancó a exportar sus vinos unos diez años antes que nosotros. Sería clave contar con políticas a largo plazo como ellos. Tenemos que aprender a trabajar de ese modo, planificando y con una política y una economía estables. Es curioso que hoy se sigue vendiendo el vino Malbec, tenemos una marca fuerte de vino argentino, y el mundo consume nuestro vino, no tanto por las marcas, sino por esta cepa que se ha erigido como la más reconocida y demandada. Aunque el mundo consume más vinos blancos que tintos, al revés que nosotros.  

– ¿Están haciendo enoturismo?

– Hace un año nos dijimos que “no somos una bodega turística”. Por eso no hemos montado un restorán y no la tenemos abierta al público que pase. Pero si un grupo de personas quiere venir a visitarnos, con reserva anticipada, la experiencia será única. Podemos prepararles un menú de 7 pasos y los vamos a recibir y a llevar a recorrer el establecimiento. Hasta puede ser que de pronto, se hallen etiquetando o lacrando los vinos con nosotros. Puede ser algo muy entretenido, que personalmente hago con gusto. 

– ¿Cuáles son tus pequeños paraísos cotidianos?

– El paraíso que busco crearme cada día es estar rodeado de naturaleza, haciendo trecking, y comer picadas y asados en familia o entre amigos, compartiendo un Don Rosendo,  contemplando la cordillera. Los mendocinos son gente muy copada y me he llenado de amigos. Las relaciones acá son muy simples, por ejemplo, proponés un asado un miércoles al mediodía, y seguro que al menos nos juntamos unos cinco. Además, a Mendoza llega gente de todo el mundo, y eso es muy enriquecedor. 

– ¿Estás satisfecho con todo lo que venís emprendiendo?

– Totalmente, hemos recibido muchos premios, muy importantes, los cuales nos dan la señal de que estamos haciendo las cosas bien y que vamos por buen camino. Los mismos se pueden ver en nuestra página web www.donrosendowines.com . Además, mi señora, María, y mis hijas me brindan todo su apoyo, de modo incondicional porque a ellas también el mundo de las uvas las hace felices. En la etiqueta del vino dedicado a mis hijas, “Jamaaz” imprimí el siguiente mensaje: “Jamás dejes de experimentar, de avanzar a lo desconocido. Jamás dejes de descubrir nuevos sentimientos, nuevos placeres, nuevos sabores, nueva vida”. 

Patricio Pereyra Iraola eligió compartirnos la tradicional “Zambita pa’ don Rosendo” -que escribió y compuso en 1951, el riojano Julio Díaz Bazán a don Rosendo Chumbita, cuando era cosechero en Aminga, su pueblo natal- interpretada por Jorge Cafrune.

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