En su tonada cuyana casi no quedan rasgos de su origen norteamericano, porque Patrick Smith hace más de 20 años que vive en Argentina y es tan mendocino como los demás investigadores que trabajan con él en la Estación Experimental INTA La Consulta.
En esa provincia se formó como agrónomo y hace varios años es el investigador del organismo a cargo de una red de ensayos que supera las 300 variedades de tomate al año. Lógicamente, su trabajo es parte del programa Tomate 2000, una iniciativa nacida en los años noventa y que implica la articulación público-privada para potenciar este cultivo en la región.
“Estoy enamorado del Valle de Uco, acá me quedé desde los 15 años y no volví nunca más”, relató a Bichos de Campo, al explicar orgullosamente parte del trabajo que hace a diario en la estación experimental.
-¿Qué te gusta de trabajar en el INTA?-, le preguntamos.
“¿Qué no me gusta?”, responde Patrick, que disfruta de la investigación en el campo y todo el proceso de validación científica que hay detrás de las variedades de ese cultivo. En el fondo, sabe bien que todo el proceso de mejoramiento y testeo de la genética es fundamental para los cientos de productores de tomate industria de la región.
“Básicamente lo que queremos aportar es la solución a cualquier problema que pueda surgir en la cadena de valor, ya sea del campo o de la industria”, señaló el investigador, que entre los principales desafíos enumera las plagas y enfermedades y la búsqueda de alternativas biológicas para la fertilización.
Mirá la entrevista completa con Patrick Smith:
En este año, por ejemplo, están probando tipos de materia orgánica que puedan reemplazar al guano crudo, un fertilizante muy utilizado por excelencia en la actividad hortícola pero que cada vez es más prohibido por las buenas prácticas agrícolas.
“El problema es que es muy bueno para sostener la fertilidad del suelo y para aumentar los rendimientos. Entonces cuesta encontrar otros productos”, observó el investigador, que lidera los ensayos de ácidos úricos y fúlvicos como bio estimulantes de la planta.
En el trabajo diario de especialistas como Patrick se ve la importancia del rol del INTA para las economías regionales de todo el país. Sin ir más lejos, toda la producción de La Rioja, San Juan y Mendoza tuvo su despegue gracias al conocimiento acumulado, y donde antes había rindes de 30 o 40 toneladas por hectárea, hoy se llega a las 120.
Más allá del sistema de riego por goteo, que ha dado un gran salto productivo a los sanjuaninos y plantea desafíos aún en Mendoza -donde subsisten lotes que aún se riegan por surcos-, Smith señala que la genética es otro de los aspectos fundamentales para el despegue de la actividad.
Como gran parte del tomate industria se desarrolla puertas afuera, en manos de las multinacionales, el rol del INTA se concentra, sobre todo, en el testeo para saber qué variedades son aptas y cuáles traerían ventajas para la cadena industrial. “Se usa como testigo el HM 7883, que es el material que más se planta en el mercado”, explicó el agrónomo.
En paralelo, aunque en menor escala, desde el organismo también se trabaja en el desarrollo de variedades de polinización abierta. A diferencia de los híbridos, estas permiten a los productores utilizar la semilla para resiembra sin necesidad de comprar más material.
En definitiva, es ese gran laboratorio a cielo abierto el que enamoró a Patrick hace 2 décadas y el que ha permitido consolidar una cadena productiva del tomate a gran escala, que incluso ya ha alcanzado los niveles del autoabastecimiento.
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