Una tortuga en el hipódromo: La carne vacuna mantiene un atraso de 46 puntos respecto de la inflación promedio de los alimentos básicos

La estrategia del gobierno nacional viene funcionando adecuadamente con una ultra-intervención del mercado de productos agropecuarios y alimentos que, por el momento, logra mantener a raya a los precios de la canasta básica.

La inflación mensual informada por el Indec se ubicó en un 6,0% mensual en junio pasado, mientras que la interanual fue del 115,6%. No son pocos los que, midiendo la cuestión con su propio “bolsillo”, consideran a ese número ajeno a la realidad. Pero lo concreto es que el indicador elaborado por el Indec comprende una serie de bienes y servicios que no necesariamente se corresponden con la canasta de consumo de las diferentes familias argentinas.

Al respecto, es factible advertir que en el último lugar del ranking inflacionario se ubicaron los alimentos el mes pasado, gran parte de los cuales –según la canasta medida por el Indec– se encuentran con precios regulados por la Secretaría de Comercio.

Dentro de los alimentos intervenidos, existe uno en particular que tiene un ponderación importante en el indicador de inflación de alimentos y que viene siendo castigado tanto por la política oficial como por la coyuntura. Estamos hablando de la carne vacuna.

En el último año la “canasta cárnica vacuna” medida por el Indec (que comprende asado, paleta, cuadril, nalga y carne picada) mostró una inflación interanual del 72,6% versus un 118,5% el promedio de alimentos y bebidas no alcohólicas en comercios y supermercados de la ciudad de Buenos Aires (CABA-GBA).

Es decir: la carne vacuna sigue “corriendo por detrás” a la inflación al registrar un atraso anual de casi 46 puntos respecto del promedio general de alimentos. En la “paritaria” de ingresos, los ganaderos vienen perdiendo silenciosa y estoicamente con respecto a otros sectores de la economía.

El “atraso” de los alimentos en general y de la carne bovina en particular permitió compensar las importantes subas registradas en los rubros de comunicaciones, salud, servicios públicos y mantenimiento del hogar. Si bien algunos pierden, otros ganan en contextos inflacionarios.

La cuestión es que ese “atraso” no es gratuito porque se paga con pérdidas económicas en los diferentes eslabones de la cadena cárnica, que, en el caso de la ganadería de cría, tiene la particularidad de que la “máquina” generadora de terneros se puede vender como un bien de consumo cuando los números no dan y se requiere liquidez para poder pagar las cuentas.

En otras palabras: el enorme “subsidio” que está transfiriendo la ganadería a los consumidores argentinos –producto de políticas intervencionistas y una sequía feroz, entre otras variables– en algún momento se transformará en escasez de oferta y la “magia” de lo accesible se transformará en la “pesadilla” de los consumidores. Es sólo una cuestión de tiempo.

Una muy mala noticia para los productores ganaderos representa un éxito rotundo para la política del gobierno argentino

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