Alejandra y Gabriel restauraron una vieja casona en Cabildo, donde ofrecen turismo rural aunque ella no pueda dejar de atender las consultas de salud de sus vecinos

“Recién me dieron los análisis, ¿les podés dar una miradita?”.

Ale se pone de pie, se saca los guantes con los que estaba trabajando en su jardín y mira detenidamente las hojas que le extiende su vecino. Luego conversan un rato y ella se va para la casa de su madre. Allí, se pone a cocinar para comer juntas y justo en el momento en que saca la tarta del horno, ahora una vecina se acerca porque resulta que le duele “el costado” y no vaya a ser cosa que sea algo grave. 

“Así es todo el tiempo”, describe Gabriel Dominella, el marido de Alejandra Larregina, médica hematóloga que trabaja toda la semana en Bahía Blanca pero es oriunda de la localidad de Cabildo, donde una vez por semana atiende en su consultorio y donde cada vez pasa más tiempo. “Al principio yo no lo podía creer y un poco me resistí a no poder ser dueños de nuestro espacio privado, pero después entendí que ella es así, ama su trabajo y a la gente de su lugar y que eso la hacía feliz… y me acostumbré”.

Como muchas personas de un pueblo pequeño, Alejandra se fue a vivir y a estudiar Medicina a “la ciudad” (La Plata) para luego vivir y ejercer en Bahía Blanca. Pero desde hace ya 20 años Ale y Gabriel pasan mucho más tiempo en Cabildo porque se han dedicado a restaurar la casa de la abuela de Alejandra, que además de ser señorial, hermosa y de dos pisos, tiene la categoría de Patrimonio Cultural Municipal. 

“En 2001 empezamos con muchas ganas de irnos de Bahía porque sentíamos que la ciudad nos agobiaba, que queríamos vivir con más silencio y más en la naturaleza”, recuerda Gabriel. “Entones decidimos hacernos cargo de esta casa familiar que había estado abandonada mucho tiempo y ponerla a punto, tal como fue en sus años ´dorados´. Había mucho trabajo por hacer ya que la construcción había sido vandalizada e incluso habían hecho fuego adentro de la cocina, así que empezamos la restauración desde cero, incluso limpiando las paredes grafiteadas”.

Es en esta casona ya restaurada y cuyo predio ocupa dos hectáreas, donde Alejandra guarda bellos recuerdos de infancia y donde ha decidido llevar a cabo su propuesta de turismo rural. Esta consiste en brindar alojamiento y ofrecer tardes de té muy completas y con productos que ella misma elabora y que disfruta tanto hacer que ya le compite codo a codo al trabajo de médica. A la cronista de esta nota, por ejemplo, la recibe con mantecados, cocadas, baklava (postre árabe), budín de chocolate al rum, sándwiches de miga (también caseros), té y limonada. Y todo con manteles, servilletas y vajillas dignas de un cuento de hadas.

“En 1957 mi abuelo Francisco, que era productor agropecuario, compró esta casa y decidió plantar olivos y hacer huerta con todas las frutas y verduras imaginables, además de gallinas y pavos”, cuenta Alejandra que en 2004 hizo un curso de turismo rural y quedó fascinada con lo que significaba este tipo de turismo. “Tenemos 100 plantas de olivos y estoy decidida a cosechar y a elaborar aceite; viví en el campo hasta los 18 años y tengo mi corazón aquí”, asegura.

El nacimiento, en 2016, del grupo Cambio Rural Tradiciones Mediterráneas fue el empujón que Ale necesitaba para unir dos cosas importantes en su vida: la casa de su abuela y la producción de la tierra. Fiel a la esencia de estos grupos que convocan a vecinos y productores de una comunidad, Ale se fue juntando con gente interesada en el turismo rural donde el olivo y sus derivados eran los protagonistas.

Tanto creció el grupo que hasta crearon la Fiesta de la Comida Mediterránea en Cabildo, a la cual concurre cada vez más gente. “La premisa es difundir la comida mediterránea por sus cualidades para la salud y por su rico sabor y, a la vez, dar a conocer las bondades de un pueblo tradicionalmente agrícola ganadero reforzando la idea de la comida ´kilómetro cero´, es decir, alimentos producidos localmente, lo que implica frescura y una bajísima huella de carbono al evitarse el transporte”, describe Gabriel. 



“Hay mucha sinergia en el grupo, aprendemos unos de otros y es muy enriquecedor compartir experiencias. Ahora queremos armar un circuito en el pueblo y alrededores, y hacer tracción con la Comarca Serrana, sumando Pehuencó y Monte Hermoso”, detalla Alejandra. “Hacer las cosas en grupo facilita el trabajo porque uno se siente acompañado y respaldado”.

A Ale se la ve entusiasmada y comprometida con el turismo rural. Es que en esta propuesta se une parte de su historia familiar, su amor por la naturaleza y algo clave: la interacción con la gente, algo que realiza desde hace muchos años dentro y fuera de su consultorio.

“Tanto en mi rol de médica como de anfitriona, constantemente compruebo que las personas  necesitan hablar, ser escuchadas y, sobre todo, que no las juzguen por lo que dicen, sienten o hacen, y escuchar me gusta, me sale naturalmente en muchos aspectos de mi vida”, reflexiona Alejandra y agrega entre risas: “A veces parezco el médico de la familia Ingalls, porque en más de una ocasión los pacientes me han llevado desde cajones de manzanas hasta lechones, corderos, cerezas y ¡ostras! a mi casa. Yo me siento agradecida por el afecto de la gente y espero que se sientan igual de bien cuando vienen a mi casa a quedarse o a tomar el té”.

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