María Eugenia Farías era bióloga e investigadora del Conicet hasta que se fue a buscar microbios a la Puna para estimular la soja, desde donde fundó una empresa

Hace algunos años que dentro del sector agropecuario se empezó a escuchar hablar de Puna Bio, una empresa joven, recientemente fundada, que brinda soluciones a productores agropecuarios mediante bioestimulantes, por ejemplo para el cultivo de soja.

Desde un primer momento llama la atención el nombre de la empresa, que hace referencia a la región del noroeste de nuestro país, pero elabora productos para ser usados principalmente en las pampas gringas.

La relación entre una cosa y la otra encierra la investigación científica y sus inquietudes a la hora de pensar teorías o hipótesis que pueden derivar en nuevos descubrimientos.

Esa inquietud llevó a María Eugenia Farías, una bióloga tucumana e investigadora del Conicet a ir a buscar microorganismos a la Puna, a una de las zonas más remotas de nuestra geografía, dueña de condiciones adversas para el desarrollo de muchas formas de vida.

“Durante 20 años estuvimos prospectando la Puna, estudiando los extremófilos”, cuenta Farías ante los micrófonos de Bichos de Campo, haciendo referencia a los organismos y microoroganismos que habitan en esas condiciones extrema.

En ese sendero de buscar microorganismos resistentes, María Eugenia fundó Puna Bio.

La flamante fundadora explica a este medio que la idea de ir a buscar microbios a la Puna fue de ella, “porque microbios hay en todas partes, pero si tenemos condiciones extremas, como por ejemplo en la Puna, que tenés al gran radiación ultravioleta, cambios de temperatura, arsénico, sal, condiciones muy, muy extremas, también hay microbios ahí. Y esos microbios tienen que haber desarrollado mecanismos que los ayuden a crecer en esas condiciones”.

Si bien de acuerdo a lo que cuenta la científica, es normal investigar los ambientes extremos, “este es que el primer caso que existe en que los ambientes extremos dan lugar a una tecnología que se aplica al agro, que eso es lo que da base a  Puna Bio. Nuestros extremófilos son capaces de hacer crecer y de ayudar a crecer a las plantas en la Puna y viendo esas plantas creciendo en los salares, rodeadas de sal que en invierno quedaban totalmente marchitas, y en verano florecían otra vez, vimos que estaba pasando algo importante”.

Entonces, ¿de qué forma estos extremófilos pueden ser utilizados en cultivos extensivos como la soja? Eso es lo que le preguntamos a Farías, quien responde retrasando el tiempo 20 años:

“Empecé hace 20 años en Jujuy, en Salta, Catamarca, en Chile, en Bolivia. Y si bien parece un desierto de altura, un gran desierto, en realidad tiene pequeños puntos o hotspots de diversidad, asociados enormemente a los volcanes, donde hay surgente hidrotermales, donde hay altas temperaturas, distintas condiciones de pH, distintas condiciones de salinidad. En esas condiciones nosotros aislamos las bacterias que crecen ahí. Traemos una muestrita de un gramo, fuimos al laboratorio y empezamos a probar esas bacterias con soja. El concepto inicial fue poner un vasito de plástico, con suelo salino con y sin el inoculante, con y sin la bacteria. Y vimos que la soja podía crecer en este suelo salino cuando tenía nuestra bacteria extremófila”.

Mirá la entrevista completa con María Eugenia Farías:

A su vez, la fundadora de esta novedoso emprendimiento de base científica, explica que esa  fue su primera prueba de concepto. “Así fue que en plena pandemia entramos a una aceleradora que selecciona buenas ideas de científicos, lo junta con emprendedores de negocios, porque los científicos hacemos ciencia, no sabemos de negocios. Entonces pasamos todo un proceso de selección, hasta que llegamos a ganar ese proceso de selección y a tener nuestra primera ronda de inversión pre semillas. Y surge una bio que en ese momento se llamaba Ckapur, y con ese dinero hicimos pruebas en 20 lugares de todo el país, con distintas condiciones de salinidad, de zonas fértiles, campos más o menos fértiles”.

Es allí cuando ya en condiciones de formular productos, Farías y su equipo desarrolló Kunza, un estimulante basado en una asociación de dos bacterias, que juntas hacen que la planta sea capaz de solubilizar fósforo, fijar mejor nitrógeno, produce auxinas que ayudan a la planta a crecer y, sobre todo en condiciones extremas o de sequía, muestra más su potencial. Así surge Kunza Soja, nuestro primer producto que ya está en góndolas”.

De acuerdo a lo que narra la fundadora de esta peculiar empresa, que se jacta de ser fabricante del primer bioestimulante extremófilo del mundo, este producto para soja “ya está en el campo argentino”. Durante el año pasado se usó en 40 mil hectáreas, y durante 2023 piensa escalar, además de empezar pruebas en Brasil y Estados Unidos.

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Farías también asegura que este producto puede ser aplicado como cualquier otro inoculante, junto a los tradicionales fungicidas con que se trata la semilla de soja antes de la siembra. Como si fuese poco, la investigadora asegura que su producto le transfiere algunas características de los microbios de la Puna a la soja, y la hacen más resistente a diferentes tipos de estrés, como la sequía. Incluso este producto fue lanzado en septiembre, previo a la campaña de soja marcada por la sequía, otorgando resultados y cumpliendo sus objetivos.

En la campaña pasada, la empresa de Farías fabricó 17 mil litros, y para la próxima esperan llegar a los 80 mil, marcando la escalabilidad y la respuesta que tuvo durante 22/23.

Ya entrando en un terreno más filosófico de lo que puede ocurrir en los próximos años, y el porqué de los bioinsumos, Farías aborda la problemática del cambio climático y las formas de sostiene la agricultura desde la naturaleza: “Que los organismos modificados genéticamente (OGM) son el futuro, pero por otro lado está también lo que la naturaleza generó durante 4 mil millones de años de evolución. Yo soy bióloga, yo llevo ya más de 30 años estudiando y entendiendo la naturaleza. Esos mecanismos de selección natural que aplicó la misma naturaleza, son los que nosotros tomamos para desarrollar este biofertilizante”.

Para finalizar, la investigadora y emprendedora lanza un concepto que engloba perfectamente lo que hace diariamente y le dan un cierre perfecto a esta crónica: “La naturaleza es el mayor laboratorio que existe. No hay nada más sabio que la naturaleza, lo que pasa es que hay que saber dónde buscar, y ahí viene la importancia de la ciencia básica. Ahí viene la importancia de 20 años de investigación científica, comprendiendo a las plantas de la Puna, los microorganismos, los ecosistemas microbianos. Y eso es lo que nosotros estamos aplicando ahora a nuestra microbiología, a nuestros bioinsumos”.

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